jueves, 21 de abril de 2016

Ambiciones


ACLARACIÓN INICIAL
Lo que estás por leer no es un cuento, ni es un relato. No es ficción, ni una parábola bíblica. No es un retazo de un libro de Ari Paluch. Lo que escribo a continuación es mi mejor consejo. Dejalo, o seguí leyendo.



Hasta hace no mucho tiempo, creía que la ambición era una palabra muy, muy buena. Cada vez que yo estaba por cometer un error, encontraba a la ambición como mi mejor aliada contra la lógica, el amor y la coherencia. Siempre era mi excusa, así dividí al mundo: ambiciosos y conformistas. Así le dí para adelante.

Claro que ahora entiendo que la palabra ambición sigue siendo una de las buenas, una de las lindas, en su justa medida, en su debido enfoque. Pasa que en mi diccionario, al lado había una palabra chiquita, un tanto borroneada porque me daba (y me da) vergüenza, tanto que ya no se puede leer. No recuerdo puntualmente el término, pero algo tenía que ver con un billete.

Como muchos otros pelotudos que habitamos el mundo, en algún momento entre la vida y la muerte me dejé convencer por la idea de que me iba bien porque todos los meses encontraba en mis cuentas unas cuantas ambiciones nuevas. Creía que esas ambiciones compraban casas y autos, pero no entendía, no en términos mercantilistas sino emocionales, que no compran la gente que los habita.

En esos tiempos de billeteras gordas, yo cobijaba en mis adentros un oscuro deseo con el que fantaseaba a diario: ganarme muchos millones en la lotería y así, comprarme muchas casas enormes, a medida, autos cómodos y veloces. Aunque nunca jugué a la lotería.

Cuando tenía 21 años, ambicionaba con ser el mejor periodista de todos los tiempos. Con escribir libros y que la gente se enamore de mi voz (literaria). Quería ser un papá joven, un divertido y alegre papá joven, como fue el mío, y mis ambiciones no pasaban de esas, de enamorarme de una chica linda y hacer reír a mis amigos los viernes.

Ahora resulta que tengo 25 y ya dejé de creer que podía ser un periodista destacable, al menos. Me conformo con que los hinchas de Gimnasia y Estudiantes no me puteen por twitter. Escribo estados en el caralibro. Ya no voy a ser un papá joven, mucho menos alegre y a mis amigos los aburro tanto que cada tanto fantaseo con que tienen otro grupo paralelo de what’s app para no invitarme.

¿Cuándo fue que me convencieron de ser un pelotudo? ¿Cómo fue que no me di cuenta lo que me perdía a mi alrededor?

No dejes nunca que la plata te diga lo que tenés que hacer. No dejes nunca de seducir, de seducirte, de enamorarte de cosas que públicamente te darían vergüenza. No seques tus venas de sangre, no dejés de creer que podés cambiar el mundo, aunque el mundo todos los días te demuestre que es una mierda. Lleva a esa chica que te gusta a cenar, hacela sentir especial, importante. No esperes que el chico con el que te pasan cosas acelere, porque a lo mejor es un cagón que no se anima a decirte lo mucho que te quiere. Yo sé por que te lo digo: sino después terminas soñando con loterías.

Y otro día, cuando ya es muy tarde, te encontrás solo en una plaza, ambicionando compañía mientras el sol se va andá a saber donde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias!