lunes, 19 de marzo de 2012

Uróboros

Lo peor de la pasión es cuando pasa, cuando al punto final de los finales no le siguen dos puntos suspensivos.

Joaquín Sabina



No sé cuando fue que nació todo esto. Ni como. Alguien podría preguntarme y yo podría hacerme el bocho carburando y seguro se me vendría la imagen de verte sentada en un taburete, sonriendo sin mirarme, casual, habitual y radiante mientras yo bajaba sorprendido la escalera y bajaba la velocidad de mi descenso preso del estupor y la timidez. Pero creo que solo hubo un hola y no sé si alguien escribió sobre eso, porque a decir verdad, así descripto suena a principio muy taquillero, pero más bien nos pasamos desapercibidos, como para estirar todavía más el nacimiento de la historia.

Algunas hojas se dejaron caer en otoño. Se soltaban de la rama y planeaban hasta caer en el piso, para que alguno las pisotee. ¿Alguna vez te preguntaste si esas hojas desean desprenderse? La clorofila las abandona, su árbol madre las suelta y caen en lo inevitable de morir bajo las suelas de alguien que no se detuvo a verlas. Es una historia bastante triste. ¿Qué pasaría si alguien tomara una hoja en su caída y la detuviese en la mano un tiempo? ¿Soñaran con eso las hojas, con que algún alma caritativa caiga del cielo y les regale un tiempo más en el aire?

Mientras en otros cuadros la historia se moría, la nuestra se escribía lenta. O no, tal vez no se escribía nada, que digo pavadas. Porque yo ahora me acuerde lo hermosa que estabas ese año nuevo y los nervios propios que me llamaron la atención no puedo asegurar que lo nuestro estaba escrito. Mucho menos porque lo que pasaba en el otro cuadro de la historia vaya perdiendo de a poco la clorofila. Las cosas no pasan como en las películas, la vida no es un constante transcurso de blanco a negro y viceversa. Así que no puedo decir que ahí comenzó todo.

No creo que valga la pena mencionar como terminó la historia paralela. O tal vez lo valga, pero a mi no me interesa. Y mucho tiene que ver el nacimiento de todo esto, pero entonces me encuentro en una disyuntiva, porque no puedo precisar el momento.  Puede ser ese lunes feo, apático cuando Verón dijo que se retiraba del fútbol y algo te dio letra a consultarme. Pero no, si ya me habías hablado antes de otras cosas. Ya te conocía, y creía que me odiabas. Creo que todo debe ir más atrás o más adelante, no sé, no me importa. Tal vez yo estuve escribiendo esto la noche en que jugando al pool te robé una sonrisa. Quizá, esa noche donde no jugamos y tu presión a mi valentía forjaron un beso yo haya estado por ahí, desde un pasado, o desde un futuro, con una libreta, anotando detalles de esta linda historia. Es probable que esta tarde, mientras esto que ahora escribe te miraba fascinado, mi otro yo haya estado en alguna mesa distante de Havana, notebook en mano, twitteando los pormenores de nuestra transcurrente fantasía. O quizá, (y solo quizá digo) todo lo que dije en los renglones anteriores no reviste la menor importancia. No tengo ni idea cuando nació todo esto hermoso que estamos pasando.

Lo que sí tengo claro es que espero que no termine nunca.

domingo, 11 de marzo de 2012

Miedo

Los tímidos tienen miedo antes del peligro; los cobardes, durante el mismo; los valientes, después.
Jean Paul






Lo primero que siento cuando te veo es miedo y entiendo la confusión que te genera, tu cara de incredulidad como diciendo “¿Yo? Si soy re dulce” y estarías diciendo la verdad, una vez más y yo estaría solo con lo que siento. Entonces tendría que hacer un esfuerzo para explicarte que esa sensación de que algo se vacía dentro de mi estomago, que todo se contrae e intenta esconderse detrás de mis costillas, para algunos se llama mariposas en la panza, pero yo le digo miedo, porque es lo primero que me viene a la mente. Pánico. Pero entonces me doy cuenta que no quiero correr, ni me quiero escapar, porque la acción inmediata a todo el sentimiento es irte al choque y rodearte en un abrazo, fuerte, urgido. Entonces me doy cuenta que es miedo lo que siento. Y entonces, cuando dejo que tus brazos excedan mis hombros y yo te cubro con los míos, con fuerza, me surge otro terror. Porque sos tan chiquita, tan frágil, tan muñequita y yo te quiero tanto, que tengo miedo de romperte, de demostrar más de lo necesario y que terminemos uno dentro de otro después de tanta presión. Y me alejo, por miedo a lastimarte pero no mucho, por miedo a perderte, y entonces me veo en tus ojos y me acerco de nuevo, por un beso, a veces suave, otras más desesperado y en ocasiones tan ansiado que tengo miedo de desintegrarme. Entonces regulo fuerzas, en pos de más ternura. Pero de repente vos das un giro y tomas el control de las cosas. Y ahora sos vos la que está besándome y soy yo el que tiene miedo de no poder parar nunca más, de que ese beso se perpetúe para siempre mientras el mundo sigue con su vida. Y tengo miedo de que pienses que me desagrada la idea, pero no, que como no voy a querer, pero es que tengo otros proyectos que nos involucran y tengo miedo de que si nos besamos para siempre dejemos pasar esas oportunidades, y a veces también tengo miedo de que pienses que en mi cabeza no están esos proyectos y pienses mal de mi y te aburras, porque también tengo ese miedo, de que un día te des cuenta que juntos somos desparejos y no porque vos seas bajita y yo sea un poco más alto (no sea cosa que tenga miedo de que pienses eso y te enojes) sino porque vos sos linda y yo soy esta cosa. Pero entonces nos alejamos un momento y caminamos en silencio, de la mano. Y vos me mordés y me preguntas porque estoy tan serio y a mi me encantaría decirte que es porque tengo miedo de que el tiempo pase volando cuando estamos juntos, pero no puedo, porque ya me estas besando de nuevo.

jueves, 1 de marzo de 2012

Dagoberto.

Se oscurece el sol al mediodía y enmudece la música del alba cuando hay tristeza en el corazón.
Edward Young



Y ahora todo era silencio. Francisco se había acostumbrado a la tortura en las horas de siesta, en la madrugada, a la hora de Los Simpson, en cualquier inoportuno momento del día. Por eso la ausencia se notaba, era agradable en aspectos, pero hacia sentir la casa mucho más lejana y vacía. Lo hacia sentir más solo, en verdad.

Intentó paliar el eco de sus suspiros con su propia música, pero se cansó al poco rato. Siempre era la misma, canciones que conocía de memoria, letras que ya había exprimido.  Desde el otro lado del patio, a veces se repetía, pero casi siempre era algo nuevo. Tal vez no nuevas las melodías, pero si los medios, la firmeza. A Francisco le asombraba las emociones que brotaban de la voz de su vecino.

Desestimó todos sus intentos por dejar de pensar en eso y tomó la decisión de abandonar la casa. Por alguna razón, la situación lo incomodaba. El paisaje estaba incompleto. La escena carecía de entusiasmo, como una pintura sin sombras. Se acercó al garaje compartido a sacar la moto y ahí se encontro con su vecino, sentado arriba del techo, con la vista al cielo, contemplando la conjunción entre el universo y la nada. Por un instante, se detuvo en seco, sintiendo que invadía su privacidad. No podía distinguir si realmente se trataba de una persona viva o una estatua muy bien realizada. Las facciones se mantenían duras, inflexibles, la oscuridad de la noche no le permitía ver la sombra de sus ojos, pero algo lo convencía de que no pestañeaba.

Entonces, el vecino se paró en el borde de la canaleta metálica y Francisco pudo notar la decepción en sus ojos.  Hacía días que venía cantando, con fuerza, y hoy no le salían las letras, porque solo lo hacia cuanto estaba contento, cuando la garganta le explotaba de felicidad.

El fronterizo irguió su postura y le aulló a una luna borrosa por las nubes, como un lamento. Y entonces todo volvió a ser uno, el silencio y la oscuridad.