miércoles, 26 de diciembre de 2012

Excuse me.


Él lo sabía: Estaba fijo. El punto negro que había logrado divisar cuando sus ojos se hicieron uno con la penumbra no se había movido ni un milímetro por encima suyo, en el techo de su amplio dormitorio, en contra de sus expectativas. Los pies yacían anudados en la sábana tersa que debía cubrirlo, causándole cierto principio de claustrofobia. O no, sino que, en cierta forma, eso deseaba. Un pretexto para levantarse de la cama a las 3:25 de la mañana, a poco menos de cuatro horas de estar apretujado en el colectivo. Ese límite lo obligaba a chocarse con todas sus fuerzas contra esa pared invisible que lo separaba de estar durmiendo. Fue en ese entonces cuando se dejó concentrar boca arriba (posición en la que sabía, jamás lograría conciliar el sueño) en ese punto oscuro sobre su cabeza hasta que creyó que tenía vida. El punto, no él.

Se libró de las ataduras del lienzo que atesoraba sus pies y de un salto grácil se alejó de la cama hasta prender la luz. Ese falso movimiento del punto negro le despertaba una falsa necesidad de comprobar que no se trataba de nada. En efecto, solo era una mancha, tal vez de un golpe, tal vez de humedad. No parecía moderna sin embargo nunca había reparado en ella hasta aquella noche, no otra sino esta. ¿Por qué ahora lo notaba y no antes, cuando pudo hacer algo que la invitase a desaparecer?

Como un eco marchito, un golpe seco y liviano se dejó oír sobre el cielo raso de su cocina. Se detuvo unos segundos: No hubo réplica. Su cuerpo volvía a la cama cuando su mente lo convenció que, como hombre de la casa, era su deber comprobar que no se tratase de nadie dispuesto a colarse en su domicilio, aun así interiormente sepa que no era más que un gato torpe. Se sinceró, y aceptó que armarse y subir al techo no era más que otra excusa para alejarlo de la cama, que sin ella, estaba enorme y fría. Se preguntó porque necesitaba una coartada para escaparse: Estaba sólo, casi tan sólo como se sentía su alma. Nadie le iba a cuestionar a donde había ido, ni porque estaba despierto a esta hora de la madrugada faltando tan poco tiempo para ir a trabajar.

Aun así, se vistió y con una navaja en la parte atrás de su bermuda de jean, trepó al techo, ya más suelto de aceptarlo como distracción más que como defensa. Naturalmente, nada ni nadie se presentaba en aquella absurda altura más que un poco terrorífico tanque de agua. Se sentó por sobre donde se debía hallar el umbral de su puerta de entrada y, mirando a la luna, lloró un poco en silencio. Reflexionó, no demasiado, porque no se sentía tan vigoroso, por más navajas que jueguen entre sus dedos. Sí ella era consciente de sus limitaciones, ¿Por qué después de todo esperaba un cambio? Sí a una persona le molesta algo de otra, ¿No es su propio problema solucionarlo?

Antes de intuir una respuesta de su conciencia, enemiga número uno, se dejó seducir por la idea de saltar por los techos, de hacer una locura que lo canse lo suficiente como para poder dormir y no volver a despertarse. Tomó impulso, y de un salto, cayó en el tejado contiguo con el suficiente cuidado de no hacer demasiado escándalo. Fue un éxito y se envalentonó, porque se trataba de una acción extremo complicada.  Preso de la adrenalina, sacó la navaja y miró a su alrededor, buscando desafíos. La noche solo lo acompañaba, y el sonido de un auto invisible que viajaba lejos, tras varias manzanas. No tenía idea de que podía estar haciendo, pero estaba seguro de que no iba a estar acostada en su cama para su vuelta. Ya no necesitaba excusas. A nadie le importaba su vida. Mucho menos a él.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Impulso


Ámame cuando menos lo merezca... ya que es cuando más lo necesito.
Proverbio Chino


Al principio no me di cuenta. Una explosión electrificó mis sentidos y de repente la punta de los pies flotaban por sobre las baldosas desparejas.  No sé cuanto tiempo me dejé poseer aquel intruso violento que ansiaba gritar y matar al mundo, estimo que, por donde estoy ahora, deben haber sido tan solo un par de cuadras.

Lo que sí recuerdo es el desgano que sentí por la vida cuando tuve miedo de sentirte lejos. Y ahí, mientras la locura se desvanecía, un espasmo que nació del corazón me detuvo en seco. Miré para los dos lados: estaba solo. Hice una retrospectiva rápida a los sucesos que precipitaron la onda explosiva. Un dolor que paralizaba. Y entonces, algo inesperado. La pierna derecha perdió el equilibrio, y la izquierda no nos pudo sostener.  Me puse de pie con esfuerzo, pero se repitió el proceso, la derecha no quiso adelantar a la izquierda. Me sentía triste. Me faltaban fuerzas para alejarme de vos.