sábado, 13 de agosto de 2011

De Rojo Sangre y Blanco Inmaculado

 Cuánto más inteligente, profunda y sensible es una persona, más probabilidades tiene de cruzarse con la tristeza.

Alejandro Dolina
El cielo se dibujó gris en mi horizonte y caí lentamente para atrás, preso de un pesado cuerpo que ya no controlaba. Los instantes posteriores nublaron mis pensamientos con una densa niebla gris y el sabor inconfundible de los sueños. Estaba ahora en otra parte, un oxigenante olor a bosque me inundaba el alma. Los ojos aun cerrados ante el nuevo sol de la mañana no me impedían ver ni sentir que por ahí, en alguna parte estaba mi abuelo.


                Me puse en pie aun a ciegas, dispuesto a disfrutar de la visión, extasiado de que me invada la sorpresa y la euforia de quien no ve hace tiempo a un ser amado.  A mi espalda pude notar sus pasos y di medía vuelta para recibir la bienvenida. La sonrisa inconfundible, la panza no tan expuesta, la cabecita blanca como todo un faro. Viniste, rrrrastrero! Exclamó feliz, con la lucidez necesaria de comprender que necesitaba un abrazo más que ningún otra cosa en ese momento. Noté en sus brazos una paz mezclada con euforia que juntos no habíamos podido llegar a alcanzar. Era un recuentro, sí, pero no tenía esa ansiedad. Era como festejar los dos nuestro propio campeonato.

                -Siempre pensé que nos íbamos a encontrar en el balcón, abuelo.-
                -Si, pero acá no estuvimos nunca juntos. ¿Y, querido Leandro, decime si nos define mejor algún otro lugar?

La avenida uno asomaba larga y fría. El mundo, aquel lugar tan inhóspito que ahora asomaba lejano, se encontraba vacío a excepción del brillo de nuestras dos almas. Era cierto, nunca había ido a la cancha con el abuelo, así sea uno de los tipos que más me inculcó este amor por el fútbol. No sé dio, pensé amargamente, recordando cómo había variado mi discurso de hacia unos años que siempre rezaba, iluso “ya se va a dar”. Él permanecía sonriente. Estaba feliz de estar conmigo (lo cual me produjo un gran alivio) y se desenvolvía en el estadio como si fuera su propia casa.

-Acá pase muchas cosas lindas, ¿Sabés?, veníamos siempre con mi hermano. ¿Todavía tenés el pastito que te regalamos con la abuela, cuando tiraron la cancha? ¿Sí? Vos sos como yo. Te lo dije y no me equivoqué, vos y yo somos dos eternos enamorados...

Mi abuelo ya no salía de su casa. En los últimos años, hasta la cancha se había vuelto un infierno social, donde sólo la cercanía del Único y las expectativas de un partido con River, torneo que a la postre nos encontraría campeones, lograron movilizarlo hacia el primer y único de sus amores que nunca lastimó. Curiosidades post mortem, en el rubro fútbolistico es donde sus presiones no lograron doblegar sus pasiones, sino que hasta a veces, complementaban para bien o mal, sus estados de locura.

                No obstante el viejo, Eduardo Pedro Forame es su nombre, porqué tiene y tendrá siempre un lugar privilegiado en la historia de Estudiantes, aunque Estudiantes no lo sepa, Salió una mañana de paseo con Evita, el amor de su vida, y se trajo un macetón de pasto, del que me mando en un sobre una importante porción. Lo cuidó, lo regó y lo mantuvo no sé cuánto tiempo. Tengo acá mismo enfrente el inestimable regalo, que decoró solamente con un papel  que reza “Tierra de Campeones-Abuelo Edu, DIC-06” cómo si la sola idea de explayarse fuese un crimen hacia el –ya no- verde césped.

                Tenerlo de nuevo enfrente fue un regalo tan impresionante, que me quedé bloqueado por la cantidad de interrogantes que se venían. Pero lúcido, como hacía años que no lo veía, me aventajó de primeras. "–Lo vi el otro día el partido. No me gustó cómo jugó pero va a andar bien, faltaba la brujita y la gata, pero vamos a andar bien de nuevo, vas a ver..” El nudo que ahora me invadía no tenía asidero en las realidades. Porque esto no era real. Estaba en la mitad de la cancha de Estudiantes, ante tribunas que ya no existen, con mi abuelo, que todavía no hace un mes que se fue. Yo sé que no es fácil, me dijo.  Pero quédate tranquilo que vamos a salir campeones de nuevo eh.  Entonces no lo vi tan lucido, porque sentí que el realmente no entendía que no era fácil para mi haberlo perdido, tenerlo de nuevo, asumir que esto era un sueño y que lo iba a perder otra vez.

                “Pero Leandro!  vos vas a volver acá de nuevo. Y yo siempre voy a estar  a donde estén los que amo, incluido Estudiantes, ese fue nuestro acuerdo tácito. Algún día vas a pasar en el auto con tus hijos, festejando por el diagonal de nuevo y me vas a ver revoleando el pañuelo albirrojo en el balcón, esta nueva platea que solamente vos y yo vamos a conocer..”

                Pibe, levantate, estamos todos cagados, gritaban  desconocidos. El auto me había levantado en aquella esquina donde se desmoronó todo. Pero después de decirles que estaba todo bien, la sonrisa me levanto de nuevo.

 Arriba mio, en el balcón de 73, estaba el abuelo, fumandose un puchito, ansioso por el próximo partido que juntos vamos a ver.