miércoles, 14 de diciembre de 2011

Corazón Delator

Los sentimientos se contraen y reprimen, desaparecen bajo un manto de duda del que está exento mi consiente. Un señuelo, hay algo oculto en cada sensación. Las miradas vacías se suceden, una atrás de otra. Las respuestas desembarcaron en Normandía valientes pero indefensas. Las barreras no logran traspasarse, y lo utópico se llama al mal tiempo buena cara.

Una pelota desinflada pica y muere en el lugar. Las manos solo transpiran en los bolsillos, camino de vuelta de otro día de trabajo igualito al de mañana y bastante parecido al de ayer. El teléfono suena sin sentido, las voces se escuchan tan lejos y desinteresadas. El aire está viciado de facetas tristes, de partículas que opacan la pobre visión. Una escala de grises refleja un ánimo que presagia tonos oscuros.

                La soledad no es un problema, ni entonces fue la solución. Ella parece sospechar, parece descubrir en mi debilidad, los vestigios de una hoguera. Las certezas son difusas, los amores logran transgredir razones, inundan corazones difíciles de drenar. Aventuras nocturnas reparten besos de rostros siempre distintos y matinalmente olvidados. Los suspiros hace meses evacuaron la pasión para explicarse en lamentos. Las preguntas anidan y se hacen más profundas, disparan desde los refugios en lo altos de la costa.

                El alma perdió las pilas, como el cronometro que hace rato abandonó su rápido caminar. Las horas son largas, las violetas azules. ¿Las rosas son rojas? ¿No había blancas también? Blancas y grises, como el transcurso de mi historia. Ya nada puede impedir en mi fragilidad, es el curso de las cosas. Los intentos por disimular se vuelven notorios, infantiles, inútiles, difíciles de creer. El desgaste se envuelve conmigo y caemos juntos a los abismos. Ya no sé si quiero estar solo. Mi corazón se vuelve delator.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Extraño a mi abuelo.

              Curiosidad por los rincones invisibles a mis ojos. ¿Cómo es vivir adentro de un coco? Hasta ahora sólo experimenté lo que se siente ser una cascara, cubierta  y vacía. Porque así nos dejaste. Los vasos ya nunca van a estar ni medio llenos, las situaciones se irán decolorando en una interminable escala de grises. Los días son largos aun con horas rápidas. La sonrisa es una mueca que cuesta, y duele. Y  se siente extraña, extraviada, incomoda, desadaptada. La muerte, tan impune, tan inexplicable, se burla de nosotros, que no podemos esquivarla. Se ríe y en el trajín maquiavélico, se lleva nuestros seres queridos, cual film de terror y bajo presupuesto.

                El balcón se ve enrejado y vacio, cual metáfora de mi sentir, gráfico de la cárcel donde dejaste ir tu vida. Meses que te fuiste y las lágrimas no se callan. Tu hija me abraza sin fuerzas, reducida en su ya pequeño envase de porcelana y yo me siento un gigante tonto rodeándola con mis brazos, inútil e incapaz de asegurarle que te fuiste a un lugar mejor.  ¿Y si no es así? Tal vez te marchaste para un nuevo desafío. Pero mi carne a fuego no soporta más coacciones y caminos de brasas. Elegiste morirte, abuelo, y cada día que pasa la vida (o la muerte, recordemos) me lo echa en cara. Nunca es suficiente, el dolor es tan voraz como insaciable. El bálsamo de la alegría se ha fugado, por estos pagos nadie sabe de su paradero.

                Lo que más me duele de haber perdido a un cercano, tan querido, es que todos los días me empeño en vaciarme de repente. Lo que más me duele de que te hayas muerto, abuelo, es que a veces siento que este dolor me va a torturar para siempre.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Capitán de Mil Silencios.

¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.


Pedro Calderón De La Barca


                ¿Sabés que no sueño con vos al dormir? No es bueno soñar con los ángeles de hoy. Sabés que miento siempre que hay buena ocasión. Bueno, sí, ahora es una buena ocasión. Aunque técnicamente no estoy mintiendo. Ni sos un ángel ni esto es un sueño, es sólo una sucesión de pesadillas que me invaden periódicamente cuando cierro los ojos. Al parecer para dejarme no bastaba con sacarte los anillos. Sé que, estés donde estés, con quien estés, durmiendo en Dios sabe que cama, cada tanto pensas en mi. Probablemente seas feliz y en parte me alegro que así sea, se supone que es lo que yo quería. Pero pensas en mi.  Y yo lo sé. Y.. ¿Entendes el quid de la cuestión, el irresoluto problema?

                De todas formas, todo es rebuscado y sería de poco hombre culparte por las burdas representaciones que hace mi inconsciente, todas las noches. Paso noches hablando de vos, este es mi insólito monólogo de hoy. Poco útil sería ir al detalle, bailar prendido fuego arriba del ya ligamentado hueso.

                En todo este tiempo, de ir de acá para allá con mis ánimos, mis costumbres y mi tiempo, cada vez más escaso, me perdí un poco de la edad que aparento tener. Ese mito urbano de que veinte años se tiene sólo una vez juega a veces en mi cabeza, y se repite, un par de toques a la semana. Antes volábamos juntos, ahora con suerte una vez al mes sueño despierto. ¿Será que estar bien es estar así? Estás historias nunca tienen fin... y más, si en este tema hablo de mi.

                Mientras escribo pienso que no sé a quién le escribo. Lo cual es un problema. ¿Tengo que ser agresivo, victima, esperanzado o estafador? Porque a veces también me doy espacio a pensar en cosas para mí. Y descubrí cosas que prefería no estar sintiendo, me ilusioné con cosas de las que no existe el menor indicio. Pero ahí estoy infaltable, prolijo y puntual, aunque algo desaliñeado con su silenciosa belleza. Me gusta y posiblemente, ella nunca lo sepa. Yo nunca se lo diga. Porque mientras, donde quiera que estés, pienses en mi o te encapriches en violar mis sueños, seguiré preso del miedo. Así no me la puedo jugar por nada. Porque tus sueños como el viento vuelven desde tu ciudad para darle a lo que siento algún lugar en tu eternidad.

                A veces desearía pegarle un tiro sólo a mi memoria. Concluyo entonces, es la única manera de ver un futuro esperanzador. Los recuerdos calientan mi interior... y más, si en este tema hablo de vos.

sábado, 13 de agosto de 2011

De Rojo Sangre y Blanco Inmaculado

 Cuánto más inteligente, profunda y sensible es una persona, más probabilidades tiene de cruzarse con la tristeza.

Alejandro Dolina
El cielo se dibujó gris en mi horizonte y caí lentamente para atrás, preso de un pesado cuerpo que ya no controlaba. Los instantes posteriores nublaron mis pensamientos con una densa niebla gris y el sabor inconfundible de los sueños. Estaba ahora en otra parte, un oxigenante olor a bosque me inundaba el alma. Los ojos aun cerrados ante el nuevo sol de la mañana no me impedían ver ni sentir que por ahí, en alguna parte estaba mi abuelo.


                Me puse en pie aun a ciegas, dispuesto a disfrutar de la visión, extasiado de que me invada la sorpresa y la euforia de quien no ve hace tiempo a un ser amado.  A mi espalda pude notar sus pasos y di medía vuelta para recibir la bienvenida. La sonrisa inconfundible, la panza no tan expuesta, la cabecita blanca como todo un faro. Viniste, rrrrastrero! Exclamó feliz, con la lucidez necesaria de comprender que necesitaba un abrazo más que ningún otra cosa en ese momento. Noté en sus brazos una paz mezclada con euforia que juntos no habíamos podido llegar a alcanzar. Era un recuentro, sí, pero no tenía esa ansiedad. Era como festejar los dos nuestro propio campeonato.

                -Siempre pensé que nos íbamos a encontrar en el balcón, abuelo.-
                -Si, pero acá no estuvimos nunca juntos. ¿Y, querido Leandro, decime si nos define mejor algún otro lugar?

La avenida uno asomaba larga y fría. El mundo, aquel lugar tan inhóspito que ahora asomaba lejano, se encontraba vacío a excepción del brillo de nuestras dos almas. Era cierto, nunca había ido a la cancha con el abuelo, así sea uno de los tipos que más me inculcó este amor por el fútbol. No sé dio, pensé amargamente, recordando cómo había variado mi discurso de hacia unos años que siempre rezaba, iluso “ya se va a dar”. Él permanecía sonriente. Estaba feliz de estar conmigo (lo cual me produjo un gran alivio) y se desenvolvía en el estadio como si fuera su propia casa.

-Acá pase muchas cosas lindas, ¿Sabés?, veníamos siempre con mi hermano. ¿Todavía tenés el pastito que te regalamos con la abuela, cuando tiraron la cancha? ¿Sí? Vos sos como yo. Te lo dije y no me equivoqué, vos y yo somos dos eternos enamorados...

Mi abuelo ya no salía de su casa. En los últimos años, hasta la cancha se había vuelto un infierno social, donde sólo la cercanía del Único y las expectativas de un partido con River, torneo que a la postre nos encontraría campeones, lograron movilizarlo hacia el primer y único de sus amores que nunca lastimó. Curiosidades post mortem, en el rubro fútbolistico es donde sus presiones no lograron doblegar sus pasiones, sino que hasta a veces, complementaban para bien o mal, sus estados de locura.

                No obstante el viejo, Eduardo Pedro Forame es su nombre, porqué tiene y tendrá siempre un lugar privilegiado en la historia de Estudiantes, aunque Estudiantes no lo sepa, Salió una mañana de paseo con Evita, el amor de su vida, y se trajo un macetón de pasto, del que me mando en un sobre una importante porción. Lo cuidó, lo regó y lo mantuvo no sé cuánto tiempo. Tengo acá mismo enfrente el inestimable regalo, que decoró solamente con un papel  que reza “Tierra de Campeones-Abuelo Edu, DIC-06” cómo si la sola idea de explayarse fuese un crimen hacia el –ya no- verde césped.

                Tenerlo de nuevo enfrente fue un regalo tan impresionante, que me quedé bloqueado por la cantidad de interrogantes que se venían. Pero lúcido, como hacía años que no lo veía, me aventajó de primeras. "–Lo vi el otro día el partido. No me gustó cómo jugó pero va a andar bien, faltaba la brujita y la gata, pero vamos a andar bien de nuevo, vas a ver..” El nudo que ahora me invadía no tenía asidero en las realidades. Porque esto no era real. Estaba en la mitad de la cancha de Estudiantes, ante tribunas que ya no existen, con mi abuelo, que todavía no hace un mes que se fue. Yo sé que no es fácil, me dijo.  Pero quédate tranquilo que vamos a salir campeones de nuevo eh.  Entonces no lo vi tan lucido, porque sentí que el realmente no entendía que no era fácil para mi haberlo perdido, tenerlo de nuevo, asumir que esto era un sueño y que lo iba a perder otra vez.

                “Pero Leandro!  vos vas a volver acá de nuevo. Y yo siempre voy a estar  a donde estén los que amo, incluido Estudiantes, ese fue nuestro acuerdo tácito. Algún día vas a pasar en el auto con tus hijos, festejando por el diagonal de nuevo y me vas a ver revoleando el pañuelo albirrojo en el balcón, esta nueva platea que solamente vos y yo vamos a conocer..”

                Pibe, levantate, estamos todos cagados, gritaban  desconocidos. El auto me había levantado en aquella esquina donde se desmoronó todo. Pero después de decirles que estaba todo bien, la sonrisa me levanto de nuevo.

 Arriba mio, en el balcón de 73, estaba el abuelo, fumandose un puchito, ansioso por el próximo partido que juntos vamos a ver.

viernes, 22 de julio de 2011

Séptimo Día

A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd.

Alphonse de Lamartine

Capricho del destino, tenía que ser al séptimo día cuando me llegarían las palabras para recordarte. Como si desde donde estés me hubieses dado esa orden, o pedido ese favor. Ese rojo sangre y blanco inmaculado que tanto me inculcaste estuvo presente hasta el último instante que vi tu cara, ya con los ojos cerrados, los pómulos ausentes de sangre, tan frio, tan gris… Apretando con fuerza el pañuelito de Estudiantes, tu único deseo a la hora de morir.

Y quizá, haya sido el fútbol lo que nos volvió a unir. Porque todavía recuerdo como yo miraba y miraba tú reloj pulsera con los corazones albirrojos y vos me decías, que cuando vos te vayas, ese reloj lo iba a tener yo. Y yo sufría, me partía de dolor por la culpa que me significaba desear el reloj porque sentía que en cierta forma estaba esperando que te vayas.

No había pensado en él hasta que lo vi en la foto. No sé donde está, ni que fue de él y creo que por un tiempo, prefiero no saberlo.  Nos dejaste un gran hueco, eh abuelo? Posiblemente ya no quisiste razonarlo. La paz se te ausentó toda la vida, espero que hoy la puedas encontrar. Acá estamos intentando recuperarnos de tu pérdida. Se fue el tipo que me esperaba para charlar de fútbol, con un sanguchito de salame y algún chiste que contar. Somos dos eternos enamorados Leo, me dijiste llorando.  Amaste, amaste con locura, nunca mejor dicho. Y quizá la única tranquilidad que te llevas a esta nueva etapa es de tu amor, enfermo, pero incondicional.

Yo, mucho menos optimista, bastante incapaz de ser feliz, me quedo acá abajo. Hace una semana se fue una persona discutida. Espero que ahora tengas lo que no tuviste. Yo por estos pagos ya no tengo ganas, ni reloj, ni a mi abuelo para charlar.

Gracias abuelito. Nunca te voy a olvidar.
Bienvenidos al final

lunes, 27 de junio de 2011

De ambiciosos vacios

Es curioso que la vida cuanto más vacía, más pesa.
Leon Didi

Hoy me dieron ganas de escribir algo emocionante. Alguna transcripción lacrimógena que haga de mi imagen algo respetado. Algo ambiciosa mi empresa, lo sé.

Ambiciosa porque estoy  vacio. Nada. Levanto el brazo, inerte bolsa de carne y lo dejo caer, pesadamente. Nada. Un ruido seco y después silencio. No hay dolor, ni queja. No hay nada.  Cuando me desperté, me amigué con la derrota, como todos los días. Me había acostado con la impotencia, más veces de lo que me gustaba. Me perseguían los éxitos personales y los fracasos de mi personalidad. La vuelta a casa fue fría, temprana. Auguraba una tarde dura y no se equivocaba. De fondo River descendió. Ahí vamos de nuevo, un Leo abierto a sensibilidades.

Quisiera haber podido salir a correr, alejarme mucho más de mi mismo y este ambiente, pero no puedo. Algo dentro mío sigue mucho más frio que el viento que golpea mi ventana. La sangre me llora por la cara, pero lo ignoro. De repente un fantasma de un tipo feliz pasa corriendo por al lado mío y me pone los pelos de punta, pero es como una reacción  alérgica. Mis vellos se erizan, pero yo no me asusto.  No hay miedo, ni queja. No hay nada.

Quiero poder mirar el sol sin que se me entrecierren los ojos, ni que se me torne negra la mirada. Me encantaría poder pronunciar algún día la palabra feliz, sin bañarme ni en temor ni en recelos. Sentirme otra vez de veinte años,  enamorarme de la vida y de los abrazos. Esforzarme por dar, ayudar, seducir, sorprender. Pero eso es ambicioso. Porque hoy estoy vacio. No hay dolor, ni miedo. No hay amor. No hay nada.

lunes, 6 de junio de 2011

Black Shoes

Bajó los últimos escalones de la entrada del Ministerio de Desarrollo casi preso de la angustia. Se cerró con fuerza el nudo de la bufanda y enfiló hacia el centro, con destino final incierto pero con la seguridad de que buscaba un lugar para almorzar.

Como si el destino y el horizonte se fuesen generando a medida de sus pies, se encontró con un drugstore apenas quebró la esquina. Esto le recordó mucho a la película El Origen y sonrió divertido ante las infinitas diferencias que existían en sí mismo con Leonardo Di Caprio.

El lugar, aunque nada ajeno a las luces y los grandes carteles, asomaba lúgubre. Unas pocas mesas, ni cerca de estar alineadas, se repartían entre heladeras semivacías. Las paredes cargaban un tinte de humedad de varias generaciones de distintos comercios que debían haber pasado por aquel local.

Se trataba de un lugar poco saludable, de condiciones higiénicas más que cuestionables. Naturalmente, él se sentía muy cómodo. Había algo, no obstante, que le provocaba cierta inquietud. Sorprendido de no haberlo notado antes, apoyó la mochila en la silla,  de espalda al grupo de cumbieros que lo habían notado, con miradas burlonas desde que cruzó la entrada.

Se acercó al mostrador y después de agradecer el vuelto, recibió el primer ataque. Mirá, el chetito puto dice gracias. El empleado lo miró con una mezcla de vergüenza y pedidos infinitos de disculpas. Atendía el lugar el local junto a su hermano, repartiéndose ellos dos solos las funciones de cocinar, servir, atender y limpiar. Humildes, y muy dignos. Él sonrió, de nuevo, y le dijo que no había problema.

                Se sentó entonces, a esperar su pedido, de frente al televisor. En la mesa más cercana, un hombre que había tomado ya dos botellas de cerveza mantenía un duro debate, a veces a los gritos, con una pared. Una familia de inmigrantes llenos de bolsos y bebés en brazos, deglutían con rostros llenos de desilusión. Y en el fondo estaban los turros. Ignoró con gesto despreocupado los insultos que le propinaban. Hasta escuchó (y no pudo evitar reír con gracia) lo careta de su forma de vestir, como si la visera y la ropa deportiva fuesen su única opción, no su elección. Su única posibilidad.

Una vez concluyó su almuerzo, se levantó elegantemente y se dirigió hasta el tacho de basura, para tirar los restos de su comida. Ya cerca de aquella mesa cumblera, ignorando los improperios una vez más. Hasta que, simplemente, una bola de papel le dio de lleno en la cara. Irradiado por las risas y el shock inmediato del cajero, decidió que era momento de actuar. El chetito flotó veloz hasta la heladera. El suceso de imágenes resulto algo confuso. Pero instantes después, destapó una botella de vidrio con las muelas, le escupió la tapa en la cara del primer turro que pudo cruzar. ¿Ves? Si tuviesen dientes, ustedes podrían hacer esto, les dijo desencajado, furioso, divertido. El chetito dio media vuelta y se retiró indignado, haciendo caso omiso de los aplausos que le dedicaba el resto de la gente que estaba en aquel lugar.

viernes, 29 de abril de 2011

Mueca

Dedicado a mi amigo Carlitos Romero.


No me cabe duda que merecí a mis enemigos, pero no creo haber merecido a mis amigos.

Walt Whitman

Siempre fui un tipo nocturno. Tal vez tenga cierta importancia el hecho de haber nacido en medianoche, aunque es poco probable. Quizá ese dato no tenga tanta relevancia como decir que crecí durmiendo de día. Creo, finalmente, que ambos detalles son de poca utilidad con el creciente de la historia. Sin embargo, pasar las madrugadas en vela han dado frutos a este y otros tantos textos.

                En las largas noches que he pasado buscando la forma de soñar sin sentir dolor he ido dilapidando días sobre mi cuerpo cansado. La búsqueda se volvía inútil y mi existencia misma, a quien la gravedad afectaba más que a cualquier persona, se veía tentada por el piso cada vez que asomaba un balcón o cualquier superficie que burle los estándares humanos. En esas mañanas tan frías aun en verano, descubrí que el horario me ponía de un buen humor macabro, forzado por alguien que no era yo. Y me vi en el espejo haciendo muecas incontrolables. Contorsionaba el rostro en forma paulatina y diabólica, como poseído por un payaso que nunca hizo reír a nadie. La situación me horrorizaba profundamente. Por eso mi cara se reía, explotaba mi sonrisa hasta hacer un gesto de felicidad tan irreal como perverso e inhumano.

                En esos momentos de reflexión, estando sumido a los rigores de que alguien mueva los brazos por mí, analicé si muchos de los besos que había dado a estas horas fueron obra de otra persona. En la memoria descubrí que eran varias mujeres, muchas de ellas inmediatas y una estupidez innata se rió vanamente. Qué lejos estaban, y que entrañables los momentos que las sonrisas no eran más que el producto de las profundas charlas con Carlitos, el más demostrativo de mis amigos. Durante mucho tiempo, quizá sin saberlo, caminar con él por el patio era como que en cualquier cárcel se otorgaran diez minutos de libertad.

                Pero ahí estaba yo, sumido en mis mujeres y los besos que dejé alguna vez. ¿Qué tanto de mi era yo mismo? ¿Realmente había amado o todo era parte de un cruel engaño producido por el sopor? Perdido en mi interior, me sentía tranquilo, como si nunca me hubiesen lastimado. Recordé ese último beso apasionado, donde sentí que dejaba el alma y me alejaba del suelo aferrándome a su cuerpo con lujuriosa obsesión. Y temí que el momento en que aquellos labios se encontraron no hubiese sido más que otra mueca inevitable. Otro producto inagotable del semillero  de mi cansancio, que en estos momentos, duda acerca de si es él quien escribe o si realmente soy yo.

sábado, 2 de abril de 2011

De Pie, Los Caidos.

Los soldados de la patria no conocen el lujo, sino la gloria.
José De San Martín


Siempre me cuentan que mi papá era un tipo divertido. Mamá siempre que me dice eso sonríe como viendo pasar delante suyo los recuerdos.“Siempre, no importaba el momento, salía con algo que te hacia reír” me detallaba en nuestras largas y profundas charlas que siempre terminaban en llanto. Nunca pude llorarlo, porque no lo había conocido. Mi viejo tenía mi edad ahora cuando una mañana fría se levantó temprano a comprar facturas, lo agarraron entre dos, lo subieron a un camión y después lo mandaron a Malvinas. Siempre va a quedar en mi la eterna duda de si mi papá se resistió o simplemente aceptó con valentía, o si había llegado o no a comprar el diario y las facturas.  Me contaron, simplemente, que apenas pudo llamar por teléfono a mi abuela para explicarle porque no iban a volver a verlo nunca más. Moriré yo también entonces con la incertidumbre de saber si mi papá era un tipo valiente, si tenía miedo, si pensaba que íbamos a ganar o a perder, si era consciente de que iba a morir en la guerra dejando una novia embarazada, un hijo por conocer.

Pasaron 20 años y estoy orgulloso de mi papá. Por lo que sé, por lo que hizo, por lo que puedo imaginarme. Porqué jamás sabré si el tipo en la guerra fue un valiente que mató a tres ingleses con una ametralladora, o fue esos típicos héroes de película que se cargo un amigo herido al hombro y corrió por la colina atestada de cuerpos y balas. Pero sé que mi viejo a los 20 años embarazó a una mina y se hizo cargo, que laburaba de sol a sol para que mi vieja y yo podamos tener todo. Un tipo al que sus amigos fueron mis tíos, porque para ellos él fue un hermano. Un deportista todo terreno, que según mi abuela, que Dios la tenga en la gloria, nunca se la creyó. Y a veces, cuando le escribo sensibles cartas que jamás podrán ser respondidas, le pregunto qué piensa de lo que ahora soy yo. Si  habrá estado ahí en cada uno de mis actos de la escuela, en cada recital con los chicos de la banda. Si se habrá decepcionado más porque no me gusta el fútbol o porque le “tocó un hijo puto que estudia diseño”, porque me gusta más lo suave y no tanto el rock and roll.  Aún así, nos encontramos en una oportunidad. Uno de mis compañeritos de jardín tenía bajo el pintor una remera albiceleste. Ese día, me explicaron, jugaba la selección. Si tener noción de las cosas, simplemente vi todo el partido y lloré desencajado en los brazos de mi madre cuando Maradona metió el segundo gol. Pasaron los años y jamás entendí esa escena, como jamás logre entender mucho la estética del gol. Para mí Era un tipo que corría y esquivaba muñequitos.

Pero fue una tarde de 2 de abril, un sábado, cuando en un zapping interminable de las dos de la mañana, en un deportivo me encontré con ese gol. Ahí la tiene Maradona lo marcan dos. Pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial. Me enderece en mi silla hipnotizado por cuestiones misteriosas mientras dejaba a mi corazón volar con el relato. Siempre Maradona, genio GENIO TÁ TÁ TÁ. Gol. Explote en mi silla, como seguro explotó mi viejo en el cielo cuando grito ese gol. Y ahí entendí mi llanto de hace años, entendí que mi viejo vive en mi y lo sentí tan cerca que podría decir que me abrazó. Y entendí porque la gente le dice Dios a Maradona, si hasta provocó que dentro mío resucitará mi viejo, una inexplicable unión entre el paraíso y este infierno. Es para llorar, perdónenme, dijo Víctor Hugo. Pero él se equivocó. Porque el gol no lo metió Diego, el ídolo de los chicos. Para mí lo metió mi viejo, allá en Malvinas. El único héroe que tengo yo.

En Homenaje a todos los caidos y a los que volvieron. A las familias que fueron destruidas. A un país que todavía no sanó.

martes, 8 de marzo de 2011

Todos se van a Morir (Parte Segunda)

El resurgir del mal, se basa en esa revancha que en el fondo siempre queremos, el poder. 
Luis Gabriel Carrillo Navas


















Mi cuerpo inerte, solo resaltado por la brillantez de mi infantil sonrisa, yacía bañado en sangre en aquella bañadera oscura, en ese baño de azulejos blancos y negros tan cinematográfico como de terror. O por momentos rodaba por sobre la luneta de un auto mientras estallaban en el aire y cortaban mi rostro infinitos cristales, para dejar mi mullido cadáver en el asfalto, como cuando soñé que caía desde un piso bien alto..

La gente,  que aparecía de todas formas y desde ningún lado al mismo tiempo, lloraba desconsolada. Las acusaciones, aquellos furiosos gritos de culpa rasgaban el aire como un rayo en una noche tranquila. Y en el fondo de la escena, mi mirada sin vida. Los ojos vacios contemplando la nada misma y nadie abrazándome, nadie que intentara resucitarme. No podría explicarse que tan excitante era para mí imaginar mi propia muerte. Dedicaba, con sumo empeño varias horas al día en soñar una muerte lo suficientemente poética como para dejar una enseñanza.

Mientras tanto, en el colegio las cosas no iban mejor.

Se corría por los patios detrás de las mujeres, en un claro contraste con los demás compañeros del turno mañana, que nos miraban con burla. Yo era el único que podía notarlo y estaba horrorizado, pero esa fuerza cósmica de la pelotudez no podía permitirme evitarlo. Finalmente, la primer parejita del curso se había formado y aunque noté progreso en las acciones, aun sentía que estábamos lejos de la madurez que mi otro yo había alcanzado.

En el curso no se hablaba de otra cosa. Ni de fútbol (las interminables charlas con Facundo, el único con quien siempre hable calmadamente, eran un bálsamo) ni de música ni de otra cosa. Carolina y Gonzalo, dar los primeros besos, las primeras fantasías, la curiosidad por saber que esconde el sexo opuesto debajo de sus ropas interiores se transformó inevitablemente en el centro de la escena.

El primer conflicto se desató entre mis dos personalidades. El yo escolar estaba a años luz de llegar al nivel de mis compañeros, me daban pánico las mujeres. El adulto, estaba muchos años más arriba que mis compañeros. Se perdió el equilibrio y desesperé. Para colmo, ella siempre seductora, me daba besos en la oreja, me decía cosas chanchas al oído. Y aunque yo sabía que no era fiel, no podía evitar soñar con ella, encontrarnos un día en cualquier cama para fundirnos en lo más profundo y desesperado, para despertarme después sin despertarme, sin ningún latido en el corazón. Y en un instante de lucidez, me vi solo en el límite. Y encontré lo que creía una solución, la más desesperada e increíble, ahora lo puedo ver. Sumido en el silencio de la clase, empujado por los gritos y aullidos de mi alma, me puse de pie en la clase, mientras todos estudiaban. Los miré con gravedad y señalándolos, les grite mi verdad: Todos se van a morir. Una catarata de risas invadió el salón. Yo advertía su futura muerte, ellos... Solo un chiste más.

jueves, 3 de marzo de 2011

Todos se van a Morir (Parte Primera)








A mi amigo Facundo,
Testigo presencial de mis vaticinios de muerte,
Impulsor desvergonzado de esta publicación.



Si no conocemos todavía la vida, ¿Cómo va a ser posible conocer la muerte?.

Confucio.



Sabíamos con Facundo que un titulo tan cargado de soberbia podía espantar al lector, pero no nos importaba. Después de todo, ¿Para quién estaba contando yo esta historia sino para mí mismo, para cuando mi memoria pierda ese lugar de privilegio entre mis virtudes? De todas formas, esa voz interna que gemía dentro mío debía admitir que encontraba interesante que alguien leyera este texto, que tal vez, este título, tan prepotente e irrefutable, atraiga a quien se lo encuentre a continuar estas líneas.

En el séptimo grado, uno se siente grande aun a conciencia de la inconsciencia propia de la prea adolescencia. Eran tiempos de cambios, nuevos horarios, la liberación de poder salir antes del colegio ante la ausencia de un profesor nos hacía sentir mucho más dueños de nosotros mismos. A nivel personal, mi oportunidad personal de forjar un carácter jocoso que ante la ausencia de belleza física de un regordete de 12 años, era mi única arma para despertar elogios femeninos (si  así  queremos llamar a nenas con su primer corpiño). Hago esta aclaración porque es probable que se me juzgue por mis acciones en el transcurso de aquel año, no intento justificarme, sino dar una explicación de mi estupidez.

Si los niños nunca mienten (solo exageran), podemos decir que los adolescentes no lastiman, sino que bromean con suma acidez. Molestar a todos con excesiva crueldad, con la más radiante de las sonrisas a pesar de decir las cosas más hirientes puede resultar contradictorio, más aun si les digo que yo tenía entonces buenas intenciones. A eso voy de la conciencia inconsciente, a burlarse teniendo en cuenta el grado de mis acusaciones, pero acallando a mi voz interna con las risas de los demás y con un pícaro “nah, tú que sabes” que le quitaba dramatismo a la escena.

Fue en esos tiempos donde la descubrí y quede prendado de ella, fascinado por su carácter implacable. No recuerdo como fue bien que la conocí, admito que dicha información sería útil para acrecentar mi relato, pero sería un delito manchar estas hojas con mentiras, en una historia tan palpable como real. Fue a los doce años cuando tome conciencia de su existencia y comencé a cortejarla. A la tierna de la pubertad, yo coqueteaba con La Muerte.

No diría que estaba obsesionado, sino más bien maravillado. Había descubierto EL Fin y eso me abría la puerta hacia el resto de mi vida. Podía comprender ahora cada uno de los intereses, sentir cada una de las acciones que mis papás había preparado para traerme a la vida, para educarme y lo que intentaría dejarme para cuando Ella, voraz, viniera a buscarlos. Estaba muy lejos de sentir miedo. Pasé varios días encerrado, consumiendo los avisos fúnebres de los diarios, donde La Muerte exhibía impunemente algunos de sus nuevos trofeos.

Para ese entonces, donde la muerte para la mayoría de mis compañeros seguía siendo ese abuelito que estaba en una estrella y ya no íbamos a ver más, era para mí la absoluta comprensión que implicaba la desaparición física de una persona y del legado que ello pudiese conllevar. Razoné entonces los motivos que podían llevar a una persona a adelantar su llegada y admito (no sin vergüenza) que la curiosidad me dejo llevar. Definitivamente La Muerte me había enamorado.

Fue la etapa donde se acrecentó mi rebeldía. Le había comentado a mis compañeros, profundamente excitado, sobre mis nuevos conocimientos pero me vi ignorado, como si la sola mención del tema les produjera dolor de cabeza y el recuerdo del gatito que les acababan de atropellar. Frustrado pero no rendido, forje el macabro plan debajo de la careta del tonto del curso. Porque en una época de cambios, donde entre mis compañeros descubrían la menstruación y la masturbación, mi madurez viajaba por límites insospechados para quien me escuche. Dejé en mi casa entonces aquel perfil más adulto (que yo calculaba, estaba haciendo un postgrado en la UBA) y llevé a la escuela a ese niño risueño y bien intencionado, pero no sin antes tomar ciertas cosas del otro prestado. La muerte es intachable, pensé. Necesitaba encontrar la formar de hallar el equilibrio para madurarlos a todos. Tomé la crueldad entonces, como plataforma de mis vaticinios posteriores.

Paralelamente, había comenzado a fantasear con la muerte propia, de la cual ya me sentía amo.

Continuará.

lunes, 21 de febrero de 2011

Sobre la línea de Cal.

Al ruso Prátola,

Y a todos los que moriríamos en una cancha,

Como por cualquier causa justa.

Prefiero perder una batalla por mis sueños,

que ganar una lucha sin saber porqué lo hago.

El pinchazo que había sentido en el vestuario, finalmente inundó su corazón. Llevaba la pelota pegada a la raya cuando esa fuerza cósmica que atrapó con un imán a su pecho lo dejó tendido en el suelo, contra la línea lateral. El estadio enmudeció varios minutos, que en un fútbol como el nuestro, siempre son eternos. Entre el sopor de ver su vida pasar delante de sus ojos, escuchó de fondo llorar a su compañeros. Y también creyó oír gritar a Laura, que había abandonado su casa minutos antes del partido, sin que él pudiese saberlo. Aun así, no pudo evitar distraerse cuando vio aquel golazo que había hecho en el campito hace tantos años, y le faltó mucho valor para enfrentarse a su abuelo, que lo miraba desde un poco más arriba y le susurraba todavía no, no te vayas campeón, juguemos un ratito más. Despertó entonces sobresaltado, rodeado de médicos que de inmediato volvieron a acostarlo, como si no hubiesen buscado desesperados que se pueda levantar.

Fueron días oscuros, los angelitos ya no visitaban sus sueños, pero tanta medicina lo perdía un poco en la realidad. No podría precisarse entonces cuanto tiempo pasó entre que alguien le dijo “tuviste un infarto, boludo, que cagazo nos hiciste pegar” ni tampoco cuanto tiempo le costó entender que por mucho que pregunte por Laura, ella no quería verlo más. Cuando la mente se encontró un poco más liberada, a regañadientes aceptó que Favaloro era un genio, pero que la vida le había sacado las razones para querer sentir su corazón palpitar. La gente del club lo llamaba, obvio. Pero lógicamente, desconocían la gravedad de la cuestión. ¿Cómo él no entendía que ya no podía jugar? En algún lugar de su alma tan drogada, en la que los sueños de ser feliz todavía sobrevivían, el depositó su razón y se levantó un día de la cama para ir a entrenar.

Burocracia y meses de lucha. Había imaginado este final tan pocas veces, por no decir nunca, que no podía entender algo tan simple como el dominio de su libertad. Le explicaron que su intento de razonar con suerte de eutanasia era en vano. Decepcionado y asqueado, intento probar suerte en otro club, pero la suerte fue la misma. Entonces lo intentó en otra categoría, con idéntica respuesta. Dio conferencias en varios países, algunos en donde el fútbol ni siquiera era renombrado, pero con la asistencia conmovida por tan incesante pelea de vida.

Dos años pasaron. Y algunos cortes en la muñeca. Todos tenemos momentos de desosiego, supongo. Llevar la pelota hasta cuando iba al baño no alcanzo para poderlo rescatar. Pero finalmente, su espíritu triunfaba y tantos adeptos ganó su guerra contra la vida que le imponían, que se convirtió en una figura popular. Entonces sólo recibió muestras de afecto, incluso algunas ajenas o contra su causa, pero parte del afecto, en sí. Porque la gente necesitaba un héroe, alguien que diera lo poco que tenia por una causa para todos perdida. Después de un tiempo, ya nadie pudo decirle loco. Porqué, después de todo; ¿No es para eso que venimos? ¿No pasamos la mitad de nuestro tiempo intentando averiguar para que estemos en este mundo? Él ya lo sabía y todos podían notarlo. Por eso la presión de la gente fue tan grande, que no tuvieron más alternativas que aceptar.

Para otro capítulo quedara amigos, la otra lucha, la de poderes e intereses que hubo en los clubes que lo quisieron contratar. Esto no solo era un juego, el más lindo de todos, sino un circo de intereses donde su figura estaba en primer lugar. El estadio obviamente, estaba lleno. Después de años de espera, jugaba el ídolo popular, al que algunos, locos y cancheros, le atribuían milagros. Se vendían banderas con su nombre; más de uno antes del partido mostraba ante las cámaras un tatuaje con su cara, o algún souvenir de dudosa procedencia que aseguraban, habían obtenido al haberlo ido a visitar.

No hubo pinchazo. El estadio reventaba y desde el vestuario, él podía escucharlos. Pero este no era un partido homenaje, porque, esa era la condición impuesta a los dueños del marketing, él jugaba para ganar. Fue entonces ese capitán silencioso, el que no dice ninguna palabra pero al que con su ejemplo, sus compañeros no podían fallar. Reflexionó al fin y vio de nuevo el gol en el campito, escuchó gritar a Laura, que se había casado y estaba andá a saber en qué parte del mundo, vio a su abuelo emocionado con toda claridad. Río con ganas entonces y fue ahí, cuando, desesperado, lo increpó el técnico, ese que también era su amigo y al borde del llanto apenas pudo expresar: “¿A vos te parece negro, jugarse la muerte en un partido?” Entonces él, conmovido pero ya corriendo para la cancha, le alcanzo a gritar: “No negro, esto para mi es la vida... Y mucho más”.

Y en la inmensidad del estadio, un solo grito, que no es de gol, sino de triunfo. Y no estaban festejando la victoria del equipo, porque la victoria era solo suya y de nadie más. Y en la inmensidad del estadio, una última sonrisa, cayendo... Besando la hierba, al lado de la línea de cal.

Leo Timossi 21/2/2011

lunes, 14 de febrero de 2011

Charla con mi Abuelo.

Confieso que es muy rara la noche que no sueño con goles espectaculares, hermosos y míos.
Jorge Valdano
-Recién, cuando fui corriendo que te saqué la pelota, me dio una contractura, acá.-
-Uy abuelo, sabés como te va a joder después? No vas a poder ni manejar..-
-Na, qué después? Ahora! Pero quién me saca que acabo de jugar?-
Juan José Timossi. 13/2/2011
Siempre me gustó el fútbol directo. A medida que fui creciendo como persona, en todos los sentidos en que se puede uno desarrollar, paralelamente y sin que pudiese (ni quisiese) pararlo, ha germinado día a día en mi un apetito por este deporte casi insaciable, superior a lo humano. Admito que es tan enfermizo como necesario. Aquello que empezó como inusual pasión para tan corta edad de leer un deportivo se ha convertido hoy en una angustia interminable, una sensación de claustrofobia tan asfixiante que solo se detiene cuando junto a ese mounstro que hay dentro mío con una pelota, solo así lo puedo calmar.
Pero les decía, a mi me gusta el fútbol directo. Para ver, y admirar. Me cuesta a veces llevarlo a cabo mientras lo juego, pero es un concepto en vías de desarrollar. “Toca corto y picá al fondo” le dije a mi hermano. Encaré a mi viejo, eterno número cinco, y tiré a mi hermano un pase entre líneas que mi abuelo no pudo evitar.
Desde que tengo memoria he profesado una devoción por mi papá que no me preocupo ni me interesa ocultar. Siempre fue (y también será) un espejo en el que quisiese reflejarme. Pero esta vez y con el perdón de mi viejo, quiero contarles de mi abuelo.
He escuchado hasta el hartazgo a la gente grande repitiendo, a veces con soberbia, como si fuese nuestra culpa no haber pertenecido a su generación, que antes la vida era mejor. Que a la calle salías y no te robaban, que el fútbol era más lindo, que las canchas se llenaban siempre y la puta madre que lo parió. Y entonces, ya embriagados de recuerdos, te dicen que no digas que Maradona fue el mejor, si no hay videos de Moreno, como vas a decir eso si ni siquiera viste jugar a Bernabé? Entonces, nosotros, los que somos rebeldes porque somos jóvenes, sucumbimos a la inevitable y hasta cruda reacción de dejarlos hablando, enojados por una discusión imposible de comprobar. Pero en esos tiempos, donde la gente habla de jugadores que brillaron en el verde césped, solo pocos años más acá, también jugaba mi abuelo. Y más que ningún otro jugador, es a él a quien quisiera ver jugar. No me confundan ni saquemos conclusiones apresuradas: Mi abuelo, está vivo. Mi abuelo está sano y me cuenta de su fútbol. Mi abuelo, ese que está en la cuenta regresiva de los setenta años, todavía juega y me da que pensar.
La pelota vuelve al juego. Mi hermano no pudo conectar con claridad el pase entre líneas. Papá se lleva las marcas y el abuelo, agitado pero endemoniado, me hace un caño a la carrera que a mis veinte años no pude evitar. La jugada termina en gol. Me quedo con la amarga sensación de que lo mejor de su fútbol no lo pude disfrutar.
Después de esa secuencia, todo lo que quedó del partido para mi fueron emociones. Porque si, yo soy un privilegiado. No sólo porque tengo la suerte de tener a todos mis abuelos. Lo es mi hermano, lo es mi viejo (como si no fuese ya para mi demasiado premio jugar con él). Y no me refiero a vivir en la era ciber. Ni siquiera, esta vez, me refiero a ver a Messi jugar. Porque cuando corrí y le devolví ese caño a mi abuelo, tuve la oportunidad que en la vida tienen muy pocos. Porque cuando mi abuelo hizo una finta y de media vuelta, me dejó parado de nuevo, sonreí y seguí aprendiendo. Y cuando me dijo que nadie le sacaba el partido que acaba de jugar, me llené de orgullo. Porque si hablamos de fútbol, él es mi espejo. Porque si la vida me da la oportunidad de tener sus años, así quiero llegar. Disfrutando este juego hasta que las piernas no me respondan. Porque esto es lo que amo. Y cuando me pregunten mañana si jugué o vi un buen partido de fútbol directo este fin de semana, seguramente les sorprenda no escucharme hablar del Barcelona. Les voy a contestar que corrí con mi viejo, mi hermano y mi abuelo. Un partido que solo unos pocos podemos jugar.
Leo Timossi 13/2/2011

sábado, 5 de febrero de 2011

Bestia.

Le gusta al frió monstruo entrar en calor al sol de las conciencias limpias.

Friedrich Nietzsche.


Corrí lejos suyo duramente meses, tan alejado que por momentos me convencí de haberlo ahuyentado. Nunca pude, admito, dejar de mirar atrás para ver si el todavía me perseguía. Finalmente me detuve y escondí tras un árbol, para descansar. Fue un tiempo tan prolongado, que no reparé en observar que pasaba conmigo. Aquel mounstro me había atormentado tantos años, que el miedo me impidió ver lo que necesité. Me siguió a todas partes, atacando a las personas que siempre amé.

Pero mientras corría, la paz se fue adueñando de mi. Lo analice de muchas maneras y me dije que la más probable era que ya no tenía con quien, ni porque pelear. El mal humor y el miedo se borraron de mi entonces y empecé a analizar volver a vivir. Conocí nuevas personas. Probé nuevas cosas. Y me olvide por un tiempo que el mounstro estaba ahí.

Pero una noche, de esas que creí perdidas, jugando a las escondidas con la bestia me encontré. Tenía los ojos rojos y la mirada algo perdida. Las venas de sus brazos estaban profundamente marcadas contra su piel, roja como el calor del fuego. No obstante no pudo verme ni parecía dar conmigo, su sola presencia me alteró. ¿Cómo animarse de nuevo al amor y a la vida con aquel mounstro al acecho? ¿Qué tan irreal era aquel asesino si el espejo lo reflejó? ¿Cómo se hace para matar a alguien, que todo este tiempo fui yo?

Leo Timossi 5-2-2011

martes, 1 de febrero de 2011

Spark

No hace falta conocer el peligro para tener miedo. De hecho los peligros desconocidos son los que inspiran más temor.

Alejandro Dumas.


Primero que nada, debo hacer una aclaración significativa: No es que me haya apoderado cierta pasión por el terror literario, sino que al parecer, este se apoderó de mi vida. Tanto lo que van a leer a continuación como mi texto anterior lejos están de salir de la imaginación de este loco (o tal vez si, y la situación es aun más patológica de lo que pensé) sino que para mi ha sido bien palpable, tal vez demasiado real. Probablemente eso y el hecho de que algún día se publiqué este texto son las evidencias más claras de que aun sigo con vida.

No habían existido más señales de algo extraño a mi alrededor (cierto era que aun no le había dado tiempo) cuando puse el pie en el ascensor. El edificio de siempre, el departamento de siempre. Alejarme de Mar del Plata, ahora admito, me provocaba cierto alivio después de mi última visión. Razoné que, al estar rodeado de mis amigos, estaba más liberado a mi instinto y que tal vez eso influyó en mis percepciones. Ya inmerso en la familia entonces, crecían mis chances de ser algo normal. A pesar de mis inminentes veinte años, aun me sigo sintiendo protegido por mi padre. Supongo que hay lazos que uno no puede romper, sobre todo cuando uno crece creyendo ver gente que no existe más.

Estos días han transcurrido sumamente raros o mejor dicho, inusuales. Cualquiera puede pensar que escuchar ruidos en una habitación ocupada por adolescentes es parte de cirscuntancias normales (que taquillero y emocionante para mi sería exagerar esta parte de la historia, aduciendo que ese departamento lleva años desocupado) pero ese cualquiera puede jurar que esos ruidos son sonidos jamás escuchados. Y esa habitación esta encima de mi.

Es un edificio chico, normal en realidad para este lugar. Seis pisos de tres departamentos cada uno, una terraza doble con un lúgubre quincho clausurado con un oxidado candado. Es posible que haya cruzado ya a los propietarios del cuarto, incluso que hayamos bajado juntos del ascensor. Qué cara pondrían si les preguntase que son esos ruidos que escucho incluso ahora mismo, mientras escribo esto en el celular? Como si alguien muy pesado cayera y alguien lo quisiese arrastrar..

Pero el edificio me tenía más sorpresas que recién hoy quiso mostrar. La tormenta que anuncian hace varias horas todavía no quiso estallar. Como imaginan, llevo varias horas lejos de soñar. El calor pide a gritos una tormenta eléctrica, no asi mi alma tan inquieta. De todo esto ya pasó más de una hora. Y si, les aviso que pasó exactamente a las tres de la mañana, creer o reventar.

Estaba dando vueltas en la cama cuando la chispa que alumbró la ventana me sorprendió. Venía desde abajo del vidrio y creí escuchar cierta descarga. De no estar el cielo cubierto de nubes no hubiese dudado de que algo estaba por hacer corto y explotar. Pero era una probable noche de rayos y elegí creer que eso era. De qué otra cosa se podía tratar? No recordaba transformadores aparentes cerca del ventanal..

No pude con mi genio. La falta de sueño y esta nueva intranquilidad pudieron conmigo y me asomé por la ventana de la cocina para ver si había comenzado a llover, ya que los ventiladores no me dejaban escuchar. Nada. Admito que no pensé ni un segundo relacionar los ruidos con aquella chispa misteriosa. Quizá esto me haga un iluso o un brillante detective. Puedo escribir lo que sigue, pero aun no conozco el final.

Los murciélagos revoloteaban intranquilos de la misma forma que chillaban, probablemente buscando cubierto para cuando la lluvia decida comenzar. Recordé con resignación que la ventana del baño estaba abierta. Estando en un quinto piso y en un día como este, nuestro sanitario parecía un lujoso sitio para pernoctar. Cerré la puerta con apremio, ni siquiera me tomé el tiempo de fijarme si alguno había alcanzado a entrar. Me acosté de nuevo pensativo, convencido ya de que dormir era utópico. Justo a tiempo para ver otra chispa brillar.

Me vestí tan rápido como pude y ya en el pasillo, subí los pocos escalones que me separaban de la puerta del ascensor, sin analizar lo cerca que estaba del sexto piso. Llamé al ascensor, que sonaba defectuoso subiendo desde uno o dos pisos más abajo. Abrí la despintada reja corrediza (digna de una vieja película de terror) y subí en el más inquietantes de los silencios. Pero antes de que pudiera apretar el botón de planta baja, el viejo aparato ya descendía otra vez.

La luz del pasillo!- Gritó una voz adentro mío. Estando a oscuras las luces de los corredores y escaleras de los seis pisos, yo no tenía ninguna posibilidad de ver la cara de quien iba a subir conmigo al ascensor. La tenue luz que emana el elevador apenas me dejaba distinguir mis propios pantalones. Y siendo sinceros, que alguien este despierto a las tres de la mañana, usando el mismo medio que yo no era una situación habitual. El cacharro se detuvo en el tercer piso, que como yo esperaba, tenia la luz apagada. Espere un segundo que alguien se subiera, un segundo que fue eterno pero interiormente yo sabía lo que estaba pasando. Abrí la puerta violentamente y alumbré como pude con el celular. La sangre se me puso helada, una vez más como yo esperaba: El pasillo aparecia desierto, no había nadie para abordar.

Cerré la puerta sin ver y apreté “PB” con desesperación. Solamente tardó seis segundos, en los que pasaron por mi mente millones de cosas. La chispa, el ruido, los murciélagos, la nena de Mar del Plata.. Salí del ascensor tan rápido como y nada me sorprendió ya, porque ni bien cerré la puerta, este se movia otra vez y me quede mirando el tablero para ver donde se detenia, aunque ya lo sabia, la verdad. El Ascensor se quedó en el tres.

Pegué la oreja a la puerta, inseguro de querer escuchar si alguien subia pero sin poderlo evitar. Nada. La quietud se hizo uno con el edificio, de nuevo incluso por un segundo, mi corazón pareció colaborar. Intenté de nuevo. Apreté el botón y el elevador bajó hasta donde yo estaba, instantes después, el tercer piso lo volvió a llamar. Me encogí de hombros y resignado, di media vuelta. Existia una razón bastante simple para explicar esto, tanto como decir que el botón del tercer piso se había trabado. Pero dentro mio había tantas razones que invitaban a lo contrario..

Abrí la puerta que me separaba de la calle con la llave ya preparada y saltando el cantero, hice lo propio con la reja que separaba las cocheras, demasiado perturbado como para destrabar. Me acerqué al patió donde estaba mi auto e intenté encontrar la fuente de la chispa: Ni siquiera un cable que pudiese producir cierta tensión. Solo vi dos tipos en la ventana del primer piso a los que debo haber asustado, por lo que hice girar las llaves en mi dedo para que las escuchen y vean que era de ahí, que podía haber abierto (aunque no lo hice) y que no era un ladrón.

Tenía una nueva preocupación, que ha decir verdad, ahora veo insignificante, como era lidiar con la policía. Mal que me pese entonces, debía entrar y usar rápido el ascensor. Una vez adentro, la escena se repitió. Aquel puto cacharro se movía solo, endemoniado. Intenté frenarlo y abrí la puerta entre el uno y el dos. Se detuvo, pero al cerrar la puerta nuevamente, entendí que iba a terminar de nuevo en el tres.

Esto pasó y yo no les miento, cerré los ojos. Sinceramente, no sé porque estoy escribiendo, con qué finalidad, tan desesperado como para escribirlo como borrador de celular. Quizá sea mi triste docencia, mi manera de advertir al mundo o de anticipar mi muerte. Porque yo, ya con los ojos cerrados y confinado en ese viejo ascensor en el oscuro tercer piso, escuche a esa nena reír y después gritar.

Leo Timossi 26-1-2011

sábado, 15 de enero de 2011

Despedida


Vacaciones. El blog se toma vacaciones web, pero no en mi mente. Espero encontrar (o no) motivos para escribir nuevos textos. Hasta febrero no nos encontramos, pero antes, les quiero dejar lo último que escribí, esta mañana. No es muy bueno, pero si sincero, y fue escrito como borrador del celular.. Un saludo para todos.


Se despidieron y en el adiós ya estaba la bienvenida

Mario Benedetti

Hubiese creído que era un sueño, de no haber sido tan palpable, tan real, el movimiento de tu respiración. Aun con el ventanal a mis expensas, no tuve compasión con mi mirada desafiante. Observé divertido cada uno de tus movimientos, incluso aquel que obligó a mis brazos a soltarte. La paz en tu expresión aumentó todavía más mi miedo que me veas al despertarte. Esto se alejó millas de lo que pude haber planeado. Pocas cosas son ahora comparables con la tentación de arrancarte la boca, y aunque hace horas que tengo que irme, tu sonrisa muda me niega alejarme. Ojala pudiese saber que estas soñando. Ojala tuviese el valor de no dejarte.

Leo. 14./1