viernes, 22 de julio de 2011

Séptimo Día

A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd.

Alphonse de Lamartine

Capricho del destino, tenía que ser al séptimo día cuando me llegarían las palabras para recordarte. Como si desde donde estés me hubieses dado esa orden, o pedido ese favor. Ese rojo sangre y blanco inmaculado que tanto me inculcaste estuvo presente hasta el último instante que vi tu cara, ya con los ojos cerrados, los pómulos ausentes de sangre, tan frio, tan gris… Apretando con fuerza el pañuelito de Estudiantes, tu único deseo a la hora de morir.

Y quizá, haya sido el fútbol lo que nos volvió a unir. Porque todavía recuerdo como yo miraba y miraba tú reloj pulsera con los corazones albirrojos y vos me decías, que cuando vos te vayas, ese reloj lo iba a tener yo. Y yo sufría, me partía de dolor por la culpa que me significaba desear el reloj porque sentía que en cierta forma estaba esperando que te vayas.

No había pensado en él hasta que lo vi en la foto. No sé donde está, ni que fue de él y creo que por un tiempo, prefiero no saberlo.  Nos dejaste un gran hueco, eh abuelo? Posiblemente ya no quisiste razonarlo. La paz se te ausentó toda la vida, espero que hoy la puedas encontrar. Acá estamos intentando recuperarnos de tu pérdida. Se fue el tipo que me esperaba para charlar de fútbol, con un sanguchito de salame y algún chiste que contar. Somos dos eternos enamorados Leo, me dijiste llorando.  Amaste, amaste con locura, nunca mejor dicho. Y quizá la única tranquilidad que te llevas a esta nueva etapa es de tu amor, enfermo, pero incondicional.

Yo, mucho menos optimista, bastante incapaz de ser feliz, me quedo acá abajo. Hace una semana se fue una persona discutida. Espero que ahora tengas lo que no tuviste. Yo por estos pagos ya no tengo ganas, ni reloj, ni a mi abuelo para charlar.

Gracias abuelito. Nunca te voy a olvidar.
Bienvenidos al final

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