¿Querés que nos vayamos
de acá? me dijo, y la verdad es que no, no hacía falta. Porque mientras estábamos
ahí la gente que pasaba caminando por adelante nuestro en realidad no estaba
caminando, y los animales del zoológico no se estaban moviendo, y las agujas de
los relojes estaban congeladas desde hacía un rato. El resto del mundo, que
ahora no existía, ya no me importaba nada.
Ver la última conexión…
Quince minutos. Ese es el tiempo que tardo ahora en elegir una tema
para arrancar. Ahora sobran. No sé por qué Cerati tenía razón, no sé por qué
uno se auto boicotea, pero en un mundo sin horarios, no se puede comenzar un día
sin el soundtrack que lo represente. La vida es una canción eterna que cada
tanto te mete un estribillo.
Ver la última conexión…
Quería bajar las ventanillas, pero los gritos mudos podrían haber
despertado al resto. Primero fue un temblor en la voz, después los puños
apretados peleando contra lo inevitable. Me fragmenté en mil pedazos, cada vez
más chiquitos y me abracé al recuerdo de un amor extinto; exageré sentimientos
ajenos hasta convertirlos en ilusiones y me abrigué de ellas, me hice una
campera de esperanzas infundadas y con eso recuperé el calor, la sonrisa, las
ganas, la falsa seguridad de que no había desperdiciado mi vida y de que en
futuro, quizá, los sueños vuelvan a mezclarse entre dos cabezan que duermen
pegadas.
Y en la noche, oscura, nublada y profunda, volví a ser presa de mis
miedos, recaí en mis adicciones, en mi deporte motor. A la hora en la que antes
se cocinaban los mejores besos, yo tenía que ver, quizá para siempre, la última
conexión.
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