martes, 1 de febrero de 2011

Spark

No hace falta conocer el peligro para tener miedo. De hecho los peligros desconocidos son los que inspiran más temor.

Alejandro Dumas.


Primero que nada, debo hacer una aclaración significativa: No es que me haya apoderado cierta pasión por el terror literario, sino que al parecer, este se apoderó de mi vida. Tanto lo que van a leer a continuación como mi texto anterior lejos están de salir de la imaginación de este loco (o tal vez si, y la situación es aun más patológica de lo que pensé) sino que para mi ha sido bien palpable, tal vez demasiado real. Probablemente eso y el hecho de que algún día se publiqué este texto son las evidencias más claras de que aun sigo con vida.

No habían existido más señales de algo extraño a mi alrededor (cierto era que aun no le había dado tiempo) cuando puse el pie en el ascensor. El edificio de siempre, el departamento de siempre. Alejarme de Mar del Plata, ahora admito, me provocaba cierto alivio después de mi última visión. Razoné que, al estar rodeado de mis amigos, estaba más liberado a mi instinto y que tal vez eso influyó en mis percepciones. Ya inmerso en la familia entonces, crecían mis chances de ser algo normal. A pesar de mis inminentes veinte años, aun me sigo sintiendo protegido por mi padre. Supongo que hay lazos que uno no puede romper, sobre todo cuando uno crece creyendo ver gente que no existe más.

Estos días han transcurrido sumamente raros o mejor dicho, inusuales. Cualquiera puede pensar que escuchar ruidos en una habitación ocupada por adolescentes es parte de cirscuntancias normales (que taquillero y emocionante para mi sería exagerar esta parte de la historia, aduciendo que ese departamento lleva años desocupado) pero ese cualquiera puede jurar que esos ruidos son sonidos jamás escuchados. Y esa habitación esta encima de mi.

Es un edificio chico, normal en realidad para este lugar. Seis pisos de tres departamentos cada uno, una terraza doble con un lúgubre quincho clausurado con un oxidado candado. Es posible que haya cruzado ya a los propietarios del cuarto, incluso que hayamos bajado juntos del ascensor. Qué cara pondrían si les preguntase que son esos ruidos que escucho incluso ahora mismo, mientras escribo esto en el celular? Como si alguien muy pesado cayera y alguien lo quisiese arrastrar..

Pero el edificio me tenía más sorpresas que recién hoy quiso mostrar. La tormenta que anuncian hace varias horas todavía no quiso estallar. Como imaginan, llevo varias horas lejos de soñar. El calor pide a gritos una tormenta eléctrica, no asi mi alma tan inquieta. De todo esto ya pasó más de una hora. Y si, les aviso que pasó exactamente a las tres de la mañana, creer o reventar.

Estaba dando vueltas en la cama cuando la chispa que alumbró la ventana me sorprendió. Venía desde abajo del vidrio y creí escuchar cierta descarga. De no estar el cielo cubierto de nubes no hubiese dudado de que algo estaba por hacer corto y explotar. Pero era una probable noche de rayos y elegí creer que eso era. De qué otra cosa se podía tratar? No recordaba transformadores aparentes cerca del ventanal..

No pude con mi genio. La falta de sueño y esta nueva intranquilidad pudieron conmigo y me asomé por la ventana de la cocina para ver si había comenzado a llover, ya que los ventiladores no me dejaban escuchar. Nada. Admito que no pensé ni un segundo relacionar los ruidos con aquella chispa misteriosa. Quizá esto me haga un iluso o un brillante detective. Puedo escribir lo que sigue, pero aun no conozco el final.

Los murciélagos revoloteaban intranquilos de la misma forma que chillaban, probablemente buscando cubierto para cuando la lluvia decida comenzar. Recordé con resignación que la ventana del baño estaba abierta. Estando en un quinto piso y en un día como este, nuestro sanitario parecía un lujoso sitio para pernoctar. Cerré la puerta con apremio, ni siquiera me tomé el tiempo de fijarme si alguno había alcanzado a entrar. Me acosté de nuevo pensativo, convencido ya de que dormir era utópico. Justo a tiempo para ver otra chispa brillar.

Me vestí tan rápido como pude y ya en el pasillo, subí los pocos escalones que me separaban de la puerta del ascensor, sin analizar lo cerca que estaba del sexto piso. Llamé al ascensor, que sonaba defectuoso subiendo desde uno o dos pisos más abajo. Abrí la despintada reja corrediza (digna de una vieja película de terror) y subí en el más inquietantes de los silencios. Pero antes de que pudiera apretar el botón de planta baja, el viejo aparato ya descendía otra vez.

La luz del pasillo!- Gritó una voz adentro mío. Estando a oscuras las luces de los corredores y escaleras de los seis pisos, yo no tenía ninguna posibilidad de ver la cara de quien iba a subir conmigo al ascensor. La tenue luz que emana el elevador apenas me dejaba distinguir mis propios pantalones. Y siendo sinceros, que alguien este despierto a las tres de la mañana, usando el mismo medio que yo no era una situación habitual. El cacharro se detuvo en el tercer piso, que como yo esperaba, tenia la luz apagada. Espere un segundo que alguien se subiera, un segundo que fue eterno pero interiormente yo sabía lo que estaba pasando. Abrí la puerta violentamente y alumbré como pude con el celular. La sangre se me puso helada, una vez más como yo esperaba: El pasillo aparecia desierto, no había nadie para abordar.

Cerré la puerta sin ver y apreté “PB” con desesperación. Solamente tardó seis segundos, en los que pasaron por mi mente millones de cosas. La chispa, el ruido, los murciélagos, la nena de Mar del Plata.. Salí del ascensor tan rápido como y nada me sorprendió ya, porque ni bien cerré la puerta, este se movia otra vez y me quede mirando el tablero para ver donde se detenia, aunque ya lo sabia, la verdad. El Ascensor se quedó en el tres.

Pegué la oreja a la puerta, inseguro de querer escuchar si alguien subia pero sin poderlo evitar. Nada. La quietud se hizo uno con el edificio, de nuevo incluso por un segundo, mi corazón pareció colaborar. Intenté de nuevo. Apreté el botón y el elevador bajó hasta donde yo estaba, instantes después, el tercer piso lo volvió a llamar. Me encogí de hombros y resignado, di media vuelta. Existia una razón bastante simple para explicar esto, tanto como decir que el botón del tercer piso se había trabado. Pero dentro mio había tantas razones que invitaban a lo contrario..

Abrí la puerta que me separaba de la calle con la llave ya preparada y saltando el cantero, hice lo propio con la reja que separaba las cocheras, demasiado perturbado como para destrabar. Me acerqué al patió donde estaba mi auto e intenté encontrar la fuente de la chispa: Ni siquiera un cable que pudiese producir cierta tensión. Solo vi dos tipos en la ventana del primer piso a los que debo haber asustado, por lo que hice girar las llaves en mi dedo para que las escuchen y vean que era de ahí, que podía haber abierto (aunque no lo hice) y que no era un ladrón.

Tenía una nueva preocupación, que ha decir verdad, ahora veo insignificante, como era lidiar con la policía. Mal que me pese entonces, debía entrar y usar rápido el ascensor. Una vez adentro, la escena se repitió. Aquel puto cacharro se movía solo, endemoniado. Intenté frenarlo y abrí la puerta entre el uno y el dos. Se detuvo, pero al cerrar la puerta nuevamente, entendí que iba a terminar de nuevo en el tres.

Esto pasó y yo no les miento, cerré los ojos. Sinceramente, no sé porque estoy escribiendo, con qué finalidad, tan desesperado como para escribirlo como borrador de celular. Quizá sea mi triste docencia, mi manera de advertir al mundo o de anticipar mi muerte. Porque yo, ya con los ojos cerrados y confinado en ese viejo ascensor en el oscuro tercer piso, escuche a esa nena reír y después gritar.

Leo Timossi 26-1-2011

2 comentarios:

  1. Renata (abu de Mai)1 de febrero de 2011, 15:51

    ME encantó tu texto, creo que tenés talento para escribir. En este caso hay un manejo del suspenso que me mentuvo alerta leyendo todo para ver como terminaba. Te felicito!!

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  2. Muchas gracias Renata, como digo siempre, toda critica, sea positiva o negativa me hace muy bien. Un besito.

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