domingo, 21 de julio de 2013

Tic Toc


En este mundo pagamos un precio por todo cuanto conseguimos y, aunque vale la pena tener ambiciones, éstas no se alcanzan con facilidad, sino que exigen su precio en trabajo, abnegación, ansiedad y descorazonamiento.

Lucy Montgomery



A diferencia de lo que muchos pensarían, yo esta noche no puedo precisar si el tic precedió al toc o viceversa. Pasé varios minutos intentando recordarlo hasta que terminé concluyendo que su orden era poco relevante. En el fondo invisible de la nada misma donde me hallaba inmerso, por darle un cierto sentido de corporeidad a mi presencia esotérica, flotaban tibias las onomatopeyas del tiempo que incluso en este universo ficticio no dejaba de sonar.

Siempre me pareció muy desdichada la vida para los temporizadores de las bombas. Su existencia atada eternamente a su razón de ser, y su sentido enlazado perpetuamente con malas intenciones. Sí un reloj explosivo cumple bien su trabajo, no volverá a correr segundos; Si no lo hace, ¿Para qué existir? De nada le vale, al fin y cabo, amargarse: Aunque quisiera no se podría detener.

Sin que nada cambiase, todavía desaparecida la imagen física de cual sea la forma en la que yo estaba allí, el son repetido se escuchó cada vez más cerca de donde se supone se hallaba mi conciencia y mientras avanzaba, aumentaba la velocidad de su nerviosa pulsación. La ansiedad de aquel latido produjo en mis pensamientos una angustiosa sensación de proximidad con algo que estaba a punto de terminarse. Luché contra toda idea terminal que tuviera que ver con mi vida, pero más lo intentaba, el reloj de arena dejaba caer mayor cantidad de grava por su abismo. Sólo cuando asumí el fin inevitable y ensayé en mi mente una foto de una sonrisa previa a la muerte, mi alrededor comenzó a tomar color y forma, disipando las nubes, convierto las tinieblas blancas en el techo cercano. Mis ojos se desperezaron.  

El despertador explotaba de vuelta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias!