martes, 15 de mayo de 2012

Señor Juez


Estimado Sr. Juez, le ruego a nadie se juzgue por mi muerte.



He intentando por todos los medios esquivarle a esta alternativa, todos menos siendo racional, porque considero que la razón trae aparejada una dosis no siempre respetable de indecisión. Ya que usted, mi desdichado anónimo, deberá trabajar en esta despedida sin más remedio que cumplir con su deber, por tedioso que sea, considero y creo justo pues, ser un poco ilustrativo; No me interesa que usted comprenda mi historia (a decir verdad, ya nada me interesa realmente) ni generarle una imagen de joven desdichado que justifique esta paradójica  iniciativa que conlleva a mi fin. No obstante, Señor Juez, usted en su obligación afrontará esta misiva y así, creo justo que para lidiar con el tedio, tenga presente algunas de mis pasiones que ahogaron mis razones.

Comencé a escribir a esta carta en mi mente, mientras enfilaba a paso pesado y rápido hacia la vereda. Pensé que el frio otoñal de la noche me golpearía de lleno, como un balde de agua fría, y que en minutos estaría atravesando la puerta que hacía instantes había cruzado como una flecha para pedir disculpas por mi infantil actitud. Evidentemente para usted, hombre astuto que mi honestidad moral lleva a soñar con que haya alcanzado su puesto dignamente, esta última acción solo fue una estima y yo mantuve mi paso, seguido torpemente por mi hermano que me miraba asustado, víctima de mis maltratos minutos atrás. No se atrevió a hablarme, quizá por miedo o por buen tino de respetar mi silencio. Después de todo, yo era su ejemplo y tarde o temprano daría marcha atrás, volvería a atravesar esa puerta de blindex como una flecha y pediría disculpas por mi infantil actitud.

Así había sido siempre y él no tenía razones para sospechar que esta vez sea diferente. Nadie las tenía, y eso me molestó tanto que terminó por envalentonarme. Después de todo, estoy seguro que ni siquiera usted, que afronta una segura vida rutinaria (y ruego a Dios por usted, Sr. Juez, ojalá me equivoque) gustará de ser un tipo previsible y poco práctico a las sorpresas. Así que, avanzada la calle y la noche, planee hacer de este error el último de mi vida, y de esta carta, mi última obra antes de darme muerte.

Torpe yo, Señor Juez, que todavía no enumeré mis motivos. Le ruego que me perdone, esta es la vez primera que redacto una nota de este tipo. Mis demasiados pocos años me han encontrado recitando y escribiendo versos de lo más volubles, mas nunca me vi frente a declaraciones propias de tanta jerarquía. Las adolescentes veces anteriores donde maticé analizar realmente dicha resoluta, era víctima de un vigoroso deseo de llamar mi propia atención y hablando claro, Su Señoría, no lo deseaba en realidad.

Pero esta vez puedo jurar que es diferente, Señor Juez, porque la situación no se tolera. Intenté, Dios sabe que sí, modificar lo que estaba a mi mano para poder hacer que la velada sea placentera. ¡Esta y otras tantas, que carajo! Pero no pude, al fin, preso de mis propias frustraciones.  Jugué mal y les eché la culpa a otros, actitud que desprecio en los demás y que nunca tomaría en ningún otro aspecto de mi vida. Sucede que, Su Señoría, este es uno de los aspectos que más me importa.

Ahora no sé bien quien fue, ni creo que para usted sea relevante, repito ante la duda que a nadie debe culparse por el resultado final de esta macabra obra basada en hechos reales. Creo que fue Alejandro, pero pudo ser cualquiera.  La chispa estaba encendida y cualquier destello de tímida luz burlona forzaría una llamarada. Dará por sentado que el desenlace fue inevitable. Discutimos, fui grosero, me fui sin saludar y crucé como una flecha por la puerta de blindex con destino a la calle, un camino que ya no volvería a desandar. ¿Y todo por qué? Por uno o dos goles errados y un gol que me comí atajando en el último minuto.

Y así uno descuida a sus amigos, ¿Entiende?, y  cualquier bien nacido se sentiría culpable de tamaña derrota al corazón. Sobre todo si son de esos con los que uno habla todos los días y compartió mil anécdotas. Esos que exasperan y a uno esperan, sin mayor excusa que un favor que nosotros hayamos solicitado.  Escasean estos tipos, usted sabrá bien, y no por controlar millones de expedientes en su carrera. Lo tiene presente porque si es usted un hombre de bien, como yo espero que sea, seguramente una o dos veces por semana se encontrará con ese grupo de atorrantes con los que uno se saca la camisa de plomo de la vida y sale a flotar un ratito por chismeríos de hace muchos años.

A esos tipos volví a defraudar, y la situación se me volvió insostenible. Porque esta es la primera y última vez que redacto esta carta, mas con este último acto estaré defraudando a mis amigos de nuevo.

Por eso creo, Señor Juez, que mejor este suicidio lo dejamos para otro día. La verdad, que a estos guachos no los voy a dejar con las ganas de que me caguen un poquito a pedos. Así que le pido disculpas, Su Señoría, si por error le llega esta carta y yo a usted le hice perder el tiempo. Ahora siento culpa por su persona, y los momentos de ocio que pude haberle arrebatado. Comprenderá que en su anonimato, mi culpa está un poco más dispersa. Entienda por favor que la verdad es que también, para el próximo fútbol 5 yo ya dejé paga la seña.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias!