Lo peor de la pasión es cuando pasa, cuando al punto final de los finales no le siguen dos puntos suspensivos.
Joaquín Sabina
No sé cuando fue que nació todo esto. Ni como. Alguien podría preguntarme y yo podría hacerme el bocho carburando y seguro se me vendría la imagen de verte sentada en un taburete, sonriendo sin mirarme, casual, habitual y radiante mientras yo bajaba sorprendido la escalera y bajaba la velocidad de mi descenso preso del estupor y la timidez. Pero creo que solo hubo un hola y no sé si alguien escribió sobre eso, porque a decir verdad, así descripto suena a principio muy taquillero, pero más bien nos pasamos desapercibidos, como para estirar todavía más el nacimiento de la historia.
Algunas hojas se dejaron caer en otoño. Se soltaban de la rama y planeaban hasta caer en el piso, para que alguno las pisotee. ¿Alguna vez te preguntaste si esas hojas desean desprenderse? La clorofila las abandona, su árbol madre las suelta y caen en lo inevitable de morir bajo las suelas de alguien que no se detuvo a verlas. Es una historia bastante triste. ¿Qué pasaría si alguien tomara una hoja en su caída y la detuviese en la mano un tiempo? ¿Soñaran con eso las hojas, con que algún alma caritativa caiga del cielo y les regale un tiempo más en el aire?
Mientras en otros cuadros la historia se moría, la nuestra se escribía lenta. O no, tal vez no se escribía nada, que digo pavadas. Porque yo ahora me acuerde lo hermosa que estabas ese año nuevo y los nervios propios que me llamaron la atención no puedo asegurar que lo nuestro estaba escrito. Mucho menos porque lo que pasaba en el otro cuadro de la historia vaya perdiendo de a poco la clorofila. Las cosas no pasan como en las películas, la vida no es un constante transcurso de blanco a negro y viceversa. Así que no puedo decir que ahí comenzó todo.
No creo que valga la pena mencionar como terminó la historia paralela. O tal vez lo valga, pero a mi no me interesa. Y mucho tiene que ver el nacimiento de todo esto, pero entonces me encuentro en una disyuntiva, porque no puedo precisar el momento. Puede ser ese lunes feo, apático cuando Verón dijo que se retiraba del fútbol y algo te dio letra a consultarme. Pero no, si ya me habías hablado antes de otras cosas. Ya te conocía, y creía que me odiabas. Creo que todo debe ir más atrás o más adelante, no sé, no me importa. Tal vez yo estuve escribiendo esto la noche en que jugando al pool te robé una sonrisa. Quizá, esa noche donde no jugamos y tu presión a mi valentía forjaron un beso yo haya estado por ahí, desde un pasado, o desde un futuro, con una libreta, anotando detalles de esta linda historia. Es probable que esta tarde, mientras esto que ahora escribe te miraba fascinado, mi otro yo haya estado en alguna mesa distante de Havana, notebook en mano, twitteando los pormenores de nuestra transcurrente fantasía. O quizá, (y solo quizá digo) todo lo que dije en los renglones anteriores no reviste la menor importancia. No tengo ni idea cuando nació todo esto hermoso que estamos pasando.
Lo que sí tengo claro es que espero que no termine nunca.