sábado, 2 de abril de 2011

De Pie, Los Caidos.

Los soldados de la patria no conocen el lujo, sino la gloria.
José De San Martín


Siempre me cuentan que mi papá era un tipo divertido. Mamá siempre que me dice eso sonríe como viendo pasar delante suyo los recuerdos.“Siempre, no importaba el momento, salía con algo que te hacia reír” me detallaba en nuestras largas y profundas charlas que siempre terminaban en llanto. Nunca pude llorarlo, porque no lo había conocido. Mi viejo tenía mi edad ahora cuando una mañana fría se levantó temprano a comprar facturas, lo agarraron entre dos, lo subieron a un camión y después lo mandaron a Malvinas. Siempre va a quedar en mi la eterna duda de si mi papá se resistió o simplemente aceptó con valentía, o si había llegado o no a comprar el diario y las facturas.  Me contaron, simplemente, que apenas pudo llamar por teléfono a mi abuela para explicarle porque no iban a volver a verlo nunca más. Moriré yo también entonces con la incertidumbre de saber si mi papá era un tipo valiente, si tenía miedo, si pensaba que íbamos a ganar o a perder, si era consciente de que iba a morir en la guerra dejando una novia embarazada, un hijo por conocer.

Pasaron 20 años y estoy orgulloso de mi papá. Por lo que sé, por lo que hizo, por lo que puedo imaginarme. Porqué jamás sabré si el tipo en la guerra fue un valiente que mató a tres ingleses con una ametralladora, o fue esos típicos héroes de película que se cargo un amigo herido al hombro y corrió por la colina atestada de cuerpos y balas. Pero sé que mi viejo a los 20 años embarazó a una mina y se hizo cargo, que laburaba de sol a sol para que mi vieja y yo podamos tener todo. Un tipo al que sus amigos fueron mis tíos, porque para ellos él fue un hermano. Un deportista todo terreno, que según mi abuela, que Dios la tenga en la gloria, nunca se la creyó. Y a veces, cuando le escribo sensibles cartas que jamás podrán ser respondidas, le pregunto qué piensa de lo que ahora soy yo. Si  habrá estado ahí en cada uno de mis actos de la escuela, en cada recital con los chicos de la banda. Si se habrá decepcionado más porque no me gusta el fútbol o porque le “tocó un hijo puto que estudia diseño”, porque me gusta más lo suave y no tanto el rock and roll.  Aún así, nos encontramos en una oportunidad. Uno de mis compañeritos de jardín tenía bajo el pintor una remera albiceleste. Ese día, me explicaron, jugaba la selección. Si tener noción de las cosas, simplemente vi todo el partido y lloré desencajado en los brazos de mi madre cuando Maradona metió el segundo gol. Pasaron los años y jamás entendí esa escena, como jamás logre entender mucho la estética del gol. Para mí Era un tipo que corría y esquivaba muñequitos.

Pero fue una tarde de 2 de abril, un sábado, cuando en un zapping interminable de las dos de la mañana, en un deportivo me encontré con ese gol. Ahí la tiene Maradona lo marcan dos. Pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial. Me enderece en mi silla hipnotizado por cuestiones misteriosas mientras dejaba a mi corazón volar con el relato. Siempre Maradona, genio GENIO TÁ TÁ TÁ. Gol. Explote en mi silla, como seguro explotó mi viejo en el cielo cuando grito ese gol. Y ahí entendí mi llanto de hace años, entendí que mi viejo vive en mi y lo sentí tan cerca que podría decir que me abrazó. Y entendí porque la gente le dice Dios a Maradona, si hasta provocó que dentro mío resucitará mi viejo, una inexplicable unión entre el paraíso y este infierno. Es para llorar, perdónenme, dijo Víctor Hugo. Pero él se equivocó. Porque el gol no lo metió Diego, el ídolo de los chicos. Para mí lo metió mi viejo, allá en Malvinas. El único héroe que tengo yo.

En Homenaje a todos los caidos y a los que volvieron. A las familias que fueron destruidas. A un país que todavía no sanó.

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