lunes, 21 de febrero de 2011

Sobre la línea de Cal.

Al ruso Prátola,

Y a todos los que moriríamos en una cancha,

Como por cualquier causa justa.

Prefiero perder una batalla por mis sueños,

que ganar una lucha sin saber porqué lo hago.

El pinchazo que había sentido en el vestuario, finalmente inundó su corazón. Llevaba la pelota pegada a la raya cuando esa fuerza cósmica que atrapó con un imán a su pecho lo dejó tendido en el suelo, contra la línea lateral. El estadio enmudeció varios minutos, que en un fútbol como el nuestro, siempre son eternos. Entre el sopor de ver su vida pasar delante de sus ojos, escuchó de fondo llorar a su compañeros. Y también creyó oír gritar a Laura, que había abandonado su casa minutos antes del partido, sin que él pudiese saberlo. Aun así, no pudo evitar distraerse cuando vio aquel golazo que había hecho en el campito hace tantos años, y le faltó mucho valor para enfrentarse a su abuelo, que lo miraba desde un poco más arriba y le susurraba todavía no, no te vayas campeón, juguemos un ratito más. Despertó entonces sobresaltado, rodeado de médicos que de inmediato volvieron a acostarlo, como si no hubiesen buscado desesperados que se pueda levantar.

Fueron días oscuros, los angelitos ya no visitaban sus sueños, pero tanta medicina lo perdía un poco en la realidad. No podría precisarse entonces cuanto tiempo pasó entre que alguien le dijo “tuviste un infarto, boludo, que cagazo nos hiciste pegar” ni tampoco cuanto tiempo le costó entender que por mucho que pregunte por Laura, ella no quería verlo más. Cuando la mente se encontró un poco más liberada, a regañadientes aceptó que Favaloro era un genio, pero que la vida le había sacado las razones para querer sentir su corazón palpitar. La gente del club lo llamaba, obvio. Pero lógicamente, desconocían la gravedad de la cuestión. ¿Cómo él no entendía que ya no podía jugar? En algún lugar de su alma tan drogada, en la que los sueños de ser feliz todavía sobrevivían, el depositó su razón y se levantó un día de la cama para ir a entrenar.

Burocracia y meses de lucha. Había imaginado este final tan pocas veces, por no decir nunca, que no podía entender algo tan simple como el dominio de su libertad. Le explicaron que su intento de razonar con suerte de eutanasia era en vano. Decepcionado y asqueado, intento probar suerte en otro club, pero la suerte fue la misma. Entonces lo intentó en otra categoría, con idéntica respuesta. Dio conferencias en varios países, algunos en donde el fútbol ni siquiera era renombrado, pero con la asistencia conmovida por tan incesante pelea de vida.

Dos años pasaron. Y algunos cortes en la muñeca. Todos tenemos momentos de desosiego, supongo. Llevar la pelota hasta cuando iba al baño no alcanzo para poderlo rescatar. Pero finalmente, su espíritu triunfaba y tantos adeptos ganó su guerra contra la vida que le imponían, que se convirtió en una figura popular. Entonces sólo recibió muestras de afecto, incluso algunas ajenas o contra su causa, pero parte del afecto, en sí. Porque la gente necesitaba un héroe, alguien que diera lo poco que tenia por una causa para todos perdida. Después de un tiempo, ya nadie pudo decirle loco. Porqué, después de todo; ¿No es para eso que venimos? ¿No pasamos la mitad de nuestro tiempo intentando averiguar para que estemos en este mundo? Él ya lo sabía y todos podían notarlo. Por eso la presión de la gente fue tan grande, que no tuvieron más alternativas que aceptar.

Para otro capítulo quedara amigos, la otra lucha, la de poderes e intereses que hubo en los clubes que lo quisieron contratar. Esto no solo era un juego, el más lindo de todos, sino un circo de intereses donde su figura estaba en primer lugar. El estadio obviamente, estaba lleno. Después de años de espera, jugaba el ídolo popular, al que algunos, locos y cancheros, le atribuían milagros. Se vendían banderas con su nombre; más de uno antes del partido mostraba ante las cámaras un tatuaje con su cara, o algún souvenir de dudosa procedencia que aseguraban, habían obtenido al haberlo ido a visitar.

No hubo pinchazo. El estadio reventaba y desde el vestuario, él podía escucharlos. Pero este no era un partido homenaje, porque, esa era la condición impuesta a los dueños del marketing, él jugaba para ganar. Fue entonces ese capitán silencioso, el que no dice ninguna palabra pero al que con su ejemplo, sus compañeros no podían fallar. Reflexionó al fin y vio de nuevo el gol en el campito, escuchó gritar a Laura, que se había casado y estaba andá a saber en qué parte del mundo, vio a su abuelo emocionado con toda claridad. Río con ganas entonces y fue ahí, cuando, desesperado, lo increpó el técnico, ese que también era su amigo y al borde del llanto apenas pudo expresar: “¿A vos te parece negro, jugarse la muerte en un partido?” Entonces él, conmovido pero ya corriendo para la cancha, le alcanzo a gritar: “No negro, esto para mi es la vida... Y mucho más”.

Y en la inmensidad del estadio, un solo grito, que no es de gol, sino de triunfo. Y no estaban festejando la victoria del equipo, porque la victoria era solo suya y de nadie más. Y en la inmensidad del estadio, una última sonrisa, cayendo... Besando la hierba, al lado de la línea de cal.

Leo Timossi 21/2/2011

lunes, 14 de febrero de 2011

Charla con mi Abuelo.

Confieso que es muy rara la noche que no sueño con goles espectaculares, hermosos y míos.
Jorge Valdano
-Recién, cuando fui corriendo que te saqué la pelota, me dio una contractura, acá.-
-Uy abuelo, sabés como te va a joder después? No vas a poder ni manejar..-
-Na, qué después? Ahora! Pero quién me saca que acabo de jugar?-
Juan José Timossi. 13/2/2011
Siempre me gustó el fútbol directo. A medida que fui creciendo como persona, en todos los sentidos en que se puede uno desarrollar, paralelamente y sin que pudiese (ni quisiese) pararlo, ha germinado día a día en mi un apetito por este deporte casi insaciable, superior a lo humano. Admito que es tan enfermizo como necesario. Aquello que empezó como inusual pasión para tan corta edad de leer un deportivo se ha convertido hoy en una angustia interminable, una sensación de claustrofobia tan asfixiante que solo se detiene cuando junto a ese mounstro que hay dentro mío con una pelota, solo así lo puedo calmar.
Pero les decía, a mi me gusta el fútbol directo. Para ver, y admirar. Me cuesta a veces llevarlo a cabo mientras lo juego, pero es un concepto en vías de desarrollar. “Toca corto y picá al fondo” le dije a mi hermano. Encaré a mi viejo, eterno número cinco, y tiré a mi hermano un pase entre líneas que mi abuelo no pudo evitar.
Desde que tengo memoria he profesado una devoción por mi papá que no me preocupo ni me interesa ocultar. Siempre fue (y también será) un espejo en el que quisiese reflejarme. Pero esta vez y con el perdón de mi viejo, quiero contarles de mi abuelo.
He escuchado hasta el hartazgo a la gente grande repitiendo, a veces con soberbia, como si fuese nuestra culpa no haber pertenecido a su generación, que antes la vida era mejor. Que a la calle salías y no te robaban, que el fútbol era más lindo, que las canchas se llenaban siempre y la puta madre que lo parió. Y entonces, ya embriagados de recuerdos, te dicen que no digas que Maradona fue el mejor, si no hay videos de Moreno, como vas a decir eso si ni siquiera viste jugar a Bernabé? Entonces, nosotros, los que somos rebeldes porque somos jóvenes, sucumbimos a la inevitable y hasta cruda reacción de dejarlos hablando, enojados por una discusión imposible de comprobar. Pero en esos tiempos, donde la gente habla de jugadores que brillaron en el verde césped, solo pocos años más acá, también jugaba mi abuelo. Y más que ningún otro jugador, es a él a quien quisiera ver jugar. No me confundan ni saquemos conclusiones apresuradas: Mi abuelo, está vivo. Mi abuelo está sano y me cuenta de su fútbol. Mi abuelo, ese que está en la cuenta regresiva de los setenta años, todavía juega y me da que pensar.
La pelota vuelve al juego. Mi hermano no pudo conectar con claridad el pase entre líneas. Papá se lleva las marcas y el abuelo, agitado pero endemoniado, me hace un caño a la carrera que a mis veinte años no pude evitar. La jugada termina en gol. Me quedo con la amarga sensación de que lo mejor de su fútbol no lo pude disfrutar.
Después de esa secuencia, todo lo que quedó del partido para mi fueron emociones. Porque si, yo soy un privilegiado. No sólo porque tengo la suerte de tener a todos mis abuelos. Lo es mi hermano, lo es mi viejo (como si no fuese ya para mi demasiado premio jugar con él). Y no me refiero a vivir en la era ciber. Ni siquiera, esta vez, me refiero a ver a Messi jugar. Porque cuando corrí y le devolví ese caño a mi abuelo, tuve la oportunidad que en la vida tienen muy pocos. Porque cuando mi abuelo hizo una finta y de media vuelta, me dejó parado de nuevo, sonreí y seguí aprendiendo. Y cuando me dijo que nadie le sacaba el partido que acaba de jugar, me llené de orgullo. Porque si hablamos de fútbol, él es mi espejo. Porque si la vida me da la oportunidad de tener sus años, así quiero llegar. Disfrutando este juego hasta que las piernas no me respondan. Porque esto es lo que amo. Y cuando me pregunten mañana si jugué o vi un buen partido de fútbol directo este fin de semana, seguramente les sorprenda no escucharme hablar del Barcelona. Les voy a contestar que corrí con mi viejo, mi hermano y mi abuelo. Un partido que solo unos pocos podemos jugar.
Leo Timossi 13/2/2011

sábado, 5 de febrero de 2011

Bestia.

Le gusta al frió monstruo entrar en calor al sol de las conciencias limpias.

Friedrich Nietzsche.


Corrí lejos suyo duramente meses, tan alejado que por momentos me convencí de haberlo ahuyentado. Nunca pude, admito, dejar de mirar atrás para ver si el todavía me perseguía. Finalmente me detuve y escondí tras un árbol, para descansar. Fue un tiempo tan prolongado, que no reparé en observar que pasaba conmigo. Aquel mounstro me había atormentado tantos años, que el miedo me impidió ver lo que necesité. Me siguió a todas partes, atacando a las personas que siempre amé.

Pero mientras corría, la paz se fue adueñando de mi. Lo analice de muchas maneras y me dije que la más probable era que ya no tenía con quien, ni porque pelear. El mal humor y el miedo se borraron de mi entonces y empecé a analizar volver a vivir. Conocí nuevas personas. Probé nuevas cosas. Y me olvide por un tiempo que el mounstro estaba ahí.

Pero una noche, de esas que creí perdidas, jugando a las escondidas con la bestia me encontré. Tenía los ojos rojos y la mirada algo perdida. Las venas de sus brazos estaban profundamente marcadas contra su piel, roja como el calor del fuego. No obstante no pudo verme ni parecía dar conmigo, su sola presencia me alteró. ¿Cómo animarse de nuevo al amor y a la vida con aquel mounstro al acecho? ¿Qué tan irreal era aquel asesino si el espejo lo reflejó? ¿Cómo se hace para matar a alguien, que todo este tiempo fui yo?

Leo Timossi 5-2-2011

martes, 1 de febrero de 2011

Spark

No hace falta conocer el peligro para tener miedo. De hecho los peligros desconocidos son los que inspiran más temor.

Alejandro Dumas.


Primero que nada, debo hacer una aclaración significativa: No es que me haya apoderado cierta pasión por el terror literario, sino que al parecer, este se apoderó de mi vida. Tanto lo que van a leer a continuación como mi texto anterior lejos están de salir de la imaginación de este loco (o tal vez si, y la situación es aun más patológica de lo que pensé) sino que para mi ha sido bien palpable, tal vez demasiado real. Probablemente eso y el hecho de que algún día se publiqué este texto son las evidencias más claras de que aun sigo con vida.

No habían existido más señales de algo extraño a mi alrededor (cierto era que aun no le había dado tiempo) cuando puse el pie en el ascensor. El edificio de siempre, el departamento de siempre. Alejarme de Mar del Plata, ahora admito, me provocaba cierto alivio después de mi última visión. Razoné que, al estar rodeado de mis amigos, estaba más liberado a mi instinto y que tal vez eso influyó en mis percepciones. Ya inmerso en la familia entonces, crecían mis chances de ser algo normal. A pesar de mis inminentes veinte años, aun me sigo sintiendo protegido por mi padre. Supongo que hay lazos que uno no puede romper, sobre todo cuando uno crece creyendo ver gente que no existe más.

Estos días han transcurrido sumamente raros o mejor dicho, inusuales. Cualquiera puede pensar que escuchar ruidos en una habitación ocupada por adolescentes es parte de cirscuntancias normales (que taquillero y emocionante para mi sería exagerar esta parte de la historia, aduciendo que ese departamento lleva años desocupado) pero ese cualquiera puede jurar que esos ruidos son sonidos jamás escuchados. Y esa habitación esta encima de mi.

Es un edificio chico, normal en realidad para este lugar. Seis pisos de tres departamentos cada uno, una terraza doble con un lúgubre quincho clausurado con un oxidado candado. Es posible que haya cruzado ya a los propietarios del cuarto, incluso que hayamos bajado juntos del ascensor. Qué cara pondrían si les preguntase que son esos ruidos que escucho incluso ahora mismo, mientras escribo esto en el celular? Como si alguien muy pesado cayera y alguien lo quisiese arrastrar..

Pero el edificio me tenía más sorpresas que recién hoy quiso mostrar. La tormenta que anuncian hace varias horas todavía no quiso estallar. Como imaginan, llevo varias horas lejos de soñar. El calor pide a gritos una tormenta eléctrica, no asi mi alma tan inquieta. De todo esto ya pasó más de una hora. Y si, les aviso que pasó exactamente a las tres de la mañana, creer o reventar.

Estaba dando vueltas en la cama cuando la chispa que alumbró la ventana me sorprendió. Venía desde abajo del vidrio y creí escuchar cierta descarga. De no estar el cielo cubierto de nubes no hubiese dudado de que algo estaba por hacer corto y explotar. Pero era una probable noche de rayos y elegí creer que eso era. De qué otra cosa se podía tratar? No recordaba transformadores aparentes cerca del ventanal..

No pude con mi genio. La falta de sueño y esta nueva intranquilidad pudieron conmigo y me asomé por la ventana de la cocina para ver si había comenzado a llover, ya que los ventiladores no me dejaban escuchar. Nada. Admito que no pensé ni un segundo relacionar los ruidos con aquella chispa misteriosa. Quizá esto me haga un iluso o un brillante detective. Puedo escribir lo que sigue, pero aun no conozco el final.

Los murciélagos revoloteaban intranquilos de la misma forma que chillaban, probablemente buscando cubierto para cuando la lluvia decida comenzar. Recordé con resignación que la ventana del baño estaba abierta. Estando en un quinto piso y en un día como este, nuestro sanitario parecía un lujoso sitio para pernoctar. Cerré la puerta con apremio, ni siquiera me tomé el tiempo de fijarme si alguno había alcanzado a entrar. Me acosté de nuevo pensativo, convencido ya de que dormir era utópico. Justo a tiempo para ver otra chispa brillar.

Me vestí tan rápido como pude y ya en el pasillo, subí los pocos escalones que me separaban de la puerta del ascensor, sin analizar lo cerca que estaba del sexto piso. Llamé al ascensor, que sonaba defectuoso subiendo desde uno o dos pisos más abajo. Abrí la despintada reja corrediza (digna de una vieja película de terror) y subí en el más inquietantes de los silencios. Pero antes de que pudiera apretar el botón de planta baja, el viejo aparato ya descendía otra vez.

La luz del pasillo!- Gritó una voz adentro mío. Estando a oscuras las luces de los corredores y escaleras de los seis pisos, yo no tenía ninguna posibilidad de ver la cara de quien iba a subir conmigo al ascensor. La tenue luz que emana el elevador apenas me dejaba distinguir mis propios pantalones. Y siendo sinceros, que alguien este despierto a las tres de la mañana, usando el mismo medio que yo no era una situación habitual. El cacharro se detuvo en el tercer piso, que como yo esperaba, tenia la luz apagada. Espere un segundo que alguien se subiera, un segundo que fue eterno pero interiormente yo sabía lo que estaba pasando. Abrí la puerta violentamente y alumbré como pude con el celular. La sangre se me puso helada, una vez más como yo esperaba: El pasillo aparecia desierto, no había nadie para abordar.

Cerré la puerta sin ver y apreté “PB” con desesperación. Solamente tardó seis segundos, en los que pasaron por mi mente millones de cosas. La chispa, el ruido, los murciélagos, la nena de Mar del Plata.. Salí del ascensor tan rápido como y nada me sorprendió ya, porque ni bien cerré la puerta, este se movia otra vez y me quede mirando el tablero para ver donde se detenia, aunque ya lo sabia, la verdad. El Ascensor se quedó en el tres.

Pegué la oreja a la puerta, inseguro de querer escuchar si alguien subia pero sin poderlo evitar. Nada. La quietud se hizo uno con el edificio, de nuevo incluso por un segundo, mi corazón pareció colaborar. Intenté de nuevo. Apreté el botón y el elevador bajó hasta donde yo estaba, instantes después, el tercer piso lo volvió a llamar. Me encogí de hombros y resignado, di media vuelta. Existia una razón bastante simple para explicar esto, tanto como decir que el botón del tercer piso se había trabado. Pero dentro mio había tantas razones que invitaban a lo contrario..

Abrí la puerta que me separaba de la calle con la llave ya preparada y saltando el cantero, hice lo propio con la reja que separaba las cocheras, demasiado perturbado como para destrabar. Me acerqué al patió donde estaba mi auto e intenté encontrar la fuente de la chispa: Ni siquiera un cable que pudiese producir cierta tensión. Solo vi dos tipos en la ventana del primer piso a los que debo haber asustado, por lo que hice girar las llaves en mi dedo para que las escuchen y vean que era de ahí, que podía haber abierto (aunque no lo hice) y que no era un ladrón.

Tenía una nueva preocupación, que ha decir verdad, ahora veo insignificante, como era lidiar con la policía. Mal que me pese entonces, debía entrar y usar rápido el ascensor. Una vez adentro, la escena se repitió. Aquel puto cacharro se movía solo, endemoniado. Intenté frenarlo y abrí la puerta entre el uno y el dos. Se detuvo, pero al cerrar la puerta nuevamente, entendí que iba a terminar de nuevo en el tres.

Esto pasó y yo no les miento, cerré los ojos. Sinceramente, no sé porque estoy escribiendo, con qué finalidad, tan desesperado como para escribirlo como borrador de celular. Quizá sea mi triste docencia, mi manera de advertir al mundo o de anticipar mi muerte. Porque yo, ya con los ojos cerrados y confinado en ese viejo ascensor en el oscuro tercer piso, escuche a esa nena reír y después gritar.

Leo Timossi 26-1-2011