En nuestras noches imperfectas algo
se rompe, aunque todo sale bien. Una mirada que se anexa sin sonrisa y un
abrazo apretado cargado de melancolía. Silencios incómodos y eternos se suceden
para que el mundo deje de girar, desconociendo el porqué de su circular
movimiento.
En nuestras noches imperfectas, nos
amamos tanto como siempre, pero lo expresamos mucho más. Porque cuando algo se
quiebra, ¡Y es el propio peso de las cosas el que da puntos a la herida!, reina
el desconcierto y el temor. La adrenalina de tamborilear el presente que se
antoja tan placentero, aun en la certeza de que esto no puede suceder.
En nuestras noches imperfectas
reímos bastante menos y nos besamos con mucha más necesidad. Quizás sea el
temor a la soledad, o la tristeza reinante, la que eleva nuestros cuerpos más
al choque que al roce, mezclándonos en pasión y desesperación. En ese entonces
se funde el fragmento de tiempo donde el curso de nuestro tiempo juntos se
reconstituye.
Porque en nuestras noches
imperfectas, la princesa vuelve a casa dormitando en mi hombro, que la rodea
con el brazo. Y nos despedimos con un beso de valor añadido al vacío
existencial en el que se sume mi alma, cuando de ella se separa. Es que son
estas noches imperfectas, en las que añoro con locura, las que le otorgan mucho
brillo a las demás.
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