Sé que no es
irreversible este proceso, pero no quiero que vaya hacia atrás.
Las Pastillas del
Abuelo.
Tardé un poco en darme cuenta de lo que estaba viendo, y
donde lo había visto antes. Me pasa, a veces, de vez en cuando, algunos
recuerdos grises se tornan oscuros para más tarde volverse difusos, tras cartón
se pierden de forma eterna en algún cajón de mi memoria.
Pero, es evidente, no
sucedió así esta vez y ahí me encontraba, rascándome la cabeza en búsqueda de
comprender porque la imagen me ponía tan triste. Algo adentro mío rechazaba la
escena.
Después lo comprendí.
Era una habitación, con una pequeña abertura a la izquierda
que llevaba a una pequeña cocina, confortable pero oxidada. Un calefón apostado
por sobre la ínfima mesada invitaba a reflexionar sobre la antigüedad de la
vivienda. Más acá, una mesa de madera, tosca, de una antigüedad nada coqueta y
no disimulada, hacía las veces de estudio, comedor y soporte de TV, debajo de
una persiana de madera blanca que hacía juego con las paredes. En la pequeña
apertura, se veía, reinaba la noche. En
el techo, un foco inserto en una lámpara redonda iluminaba con una tenue luz
amarilla que, en conjunto con las paredes, la cortina, la mesa y el calefón,
remitían a una época en la que ni existía, como si la imagen fuese tomada con
la primera cámara a color.
Un par de diarios en el piso, y en la única silla
desocupada, completaban la escena bastante depresiva. Que aun así está
inconexa. Y esto es así porque no mencioné, todavía, que sentada en la otra
silla, con la mirada fija en la ventana, hay una persona. No está mirando la
tele, que está apagada, ni está leyendo el diario, que está tirado, ni hay
platos en su mesa, desconocemos si existen en su alacena, por lo que tampoco
está cenando. Al parecer, su única ocupación es mirar a través de la apertura
que se extiende delante suyo y de la que no se deja percibir ningún reflejo en
sus ropas que de tan actuales parecen pasadas de moda. Porque, sin embargo, por
lúgubre que sea el ambiente, más antiguo que todo parezca, la escena no deja
dudas: Esto todavía no sucedió.
Y exprimo certeza de aquello, porque puedo reconocer al protagonista,
que soy yo. No me engaña la notable pérdida de cabello, ni esos cuantos kilos
menos. Me reconozco en la mirada, triste y perdida, en la ausencia de
ambiciones, en la soledad absoluta de una foto que no existe y que el destino
pudo haber sacado sola: Es la foto de un futuro sin vos. Por eso no me gusta nada.