lunes, 18 de marzo de 2013

Confuso


Tienes que encontrar alguna manera de decirlo sin decir lo mismo.
Duke Ellington

Ahora que lo decís, me acuerdo que la primera vez que me perdí, no necesite ni mapas, ni brújulas ni un celular con GPS. Sí me urgía tomar aire, que me faltaba, porque después de todo, tenía esperanzas de seguir con vida. Tengo grabado el reflejo instantáneo, el momento preciso y hasta quizá imaginado, de tus ojos atravesando por primera vez los míos, amenazando para siempre mis posibilidades de respirar.

Se ve que me mantuve con vida (los recuerdos, de tan empalagosos, a veces se vuelven difusos) porque haciendo memoria, me doy cuenta que tardé en caer en la cuenta varios calendarios. En caer que aquella fue la primera vez, digo. Aunque ahora que remuevo un poco, capaz que nunca me encontré, quien te dice. Capaz que sigo perdido. No sería de extrañar.  Escribir este tipo de cosas le hace el juego a la perplejidad.

La conciencia del pseudo extravío me hace sentir (todavía) bastante más chiquito, trazando paralelismo, mucho más de lo que me sentí esa noche en aquella esquina. La de la primera vez, digo. Y déjame denunciarle una vaguedad en mi relato sobre el susodicho crepúsculo, porque yo te hablo de la esquina, pero tengo bien claro que cuando te vi cruzar la calle, a mí se me desfondó el piso y no había esquina, ni había mundo, ni multiverso que me haga sentir las rodillas hechas de gelatina.

Yo noté, en ese momento que tal vez haya sido inventado, que tu mirada también reflejaba miedo y quizá hasta un dejo juvenil  de saber que lo que estábamos haciendo no iba con nosotros, como un chico que se pone un traje que hacía horas era del papá. Pero no pude arribar a una conclusión precisa ni confortable, porque después lo supe, ya me había extraviado.

       Aunque ahora no me decido si ya estaba perdido y esa noche, la primera que nos vimos,      finalmente me pude encontrar.