Tienes que encontrar
alguna manera de decirlo sin decir lo mismo.
Duke Ellington
Ahora que lo decís, me acuerdo que la primera vez que me
perdí, no necesite ni mapas, ni brújulas ni un celular con GPS. Sí me urgía
tomar aire, que me faltaba, porque después de todo, tenía esperanzas de seguir
con vida. Tengo grabado el reflejo instantáneo, el momento preciso y hasta
quizá imaginado, de tus ojos atravesando por primera vez los míos, amenazando
para siempre mis posibilidades de respirar.
Se ve que me mantuve con vida (los recuerdos, de tan
empalagosos, a veces se vuelven difusos) porque haciendo memoria, me doy cuenta
que tardé en caer en la cuenta varios calendarios. En caer que aquella fue la
primera vez, digo. Aunque ahora que remuevo un poco, capaz que nunca me
encontré, quien te dice. Capaz que sigo perdido. No sería de extrañar. Escribir este tipo de cosas le hace el juego a
la perplejidad.
La conciencia del pseudo extravío me hace sentir (todavía)
bastante más chiquito, trazando paralelismo, mucho más de lo que me sentí esa
noche en aquella esquina. La de la primera vez, digo. Y déjame denunciarle una
vaguedad en mi relato sobre el susodicho crepúsculo, porque yo te hablo de la
esquina, pero tengo bien claro que cuando te vi cruzar la calle, a mí se me
desfondó el piso y no había esquina, ni había mundo, ni multiverso que me haga
sentir las rodillas hechas de gelatina.
Yo noté, en ese momento que tal vez haya sido inventado, que
tu mirada también reflejaba miedo y quizá hasta un dejo juvenil de saber que lo que estábamos haciendo no iba
con nosotros, como un chico que se pone un traje que hacía horas era del papá. Pero
no pude arribar a una conclusión precisa ni confortable, porque después lo
supe, ya me había extraviado.
Aunque ahora no me decido si ya
estaba perdido y esa noche, la primera que nos vimos, finalmente me pude encontrar.