Situación de
conocimiento o de información imperfecta e incompleta en que se mueve el
decisor respecto a su entorno y posibles desenlaces.
Podría cerrar estas palabras solo con la definición y aun
así podría comprenderse lo que estoy tratando de decir. Este no es un texto que hable de la tristeza o de la
felicidad; es un texto que le habla a la ignorancia, esa mediata que nos pone
ansiosos por aniquilarla pero que nos lleva a las más inescrupulosas fantasías
por imaginar el momento en el que desaparece y todo cambia para siempre.
Hace bastante que había transcripto estas palabras en mi
cabeza que por alguna razón esquivaban este virtual papel. Fueron craneadas en
un micro, hace ya unos días, mientras viajaba rumbo a un final desconocido. Y ahí
se encontraba el encanto.
Particularmente me pasa (siempre flotando en la media
fantasía) que no puedo evitar intentar imaginar como será lo que desconozco
pero pronto formará parte de lo que sé. No puedo evitar imaginarme como será ese
lugar, fabular una imagen que flote en mi cabeza para no llegar tan desnudo a
destino. La personalidad de una persona. Su cara, sus gestos. Su nombre, sus
mañas. Cuando se transforma en una ignorancia que sortearé inevitablemente, mi
cerebro trabaja con fuerza en pos de generar una fotografía de lo que puedo
llegar a ver.
Mas lo inevitable, cuando la conexión se completa, es
sentirme vacío. No solo porque mis expectativas o mi capacidad puedan fallar, y
esa imagen vaga que mi pensar haya dibujado se aleje harto de la realidad. Lo
que me duele es que esa capacidad, respecto de ese lugar, de esa persona o de
ese sentimiento, me abandona para siempre. Podrán demoler los espacios,
envejecer los cuerpos o desgastarse las almas, pero de ahora en más voy a tener
una imagen para comparar, para siempre. Y la adrenalina de lo desconocido debe
buscar nuevos propósitos para lo que me
queda.