No hay beso que no sea
principio de despedida; incluso el de llegada.
George Bernard Shaw
No es justo que de por sí ante una empresa difícil, de casi
imposible realización, inédita incluso al momento de transcribir estas líneas,
precisamente tenga que por esta vía eternizar mi seguro fracaso. Podría ser mi
secreto eterno que vos siempre supiste pero que solo los dos valoramos, o bien
podría tratar de ponerle nombre a algo que veo increíble y hacerlo público,
víctima mis temores de mis lectores silenciosos y tímidos de escribir
comentarios, a fin de esperar que ellos me expliquen como hago para dejar que
te vayas y que te alejes de mi sin más.
Lo intenté con el éxito de los silencios pero con el fracaso
de una nula ejecución, durante todos estos meses. Un corte limpio, incisivo quizá,
pero perfecto al fin. Como esa sensación de tu sonrisa, que me corta un poco el
alma para recordarme que estoy vivo, que la tengo y me recorre ese frío que me
abriga y me llena con tu calor. Así tiene que ser esa despedida. Un beso
convicto, pero corto. Un abrazo que sepa llenarte, pero que vacíe tus deseos, y
los míos. Un después hablamos que realmente pase luego. Un me tengo que ir
acompañado de un dale, ya te llevo.
Pero no puedo. Porque rodearte con los brazos cada vez me
dura menos, aunque dejemos pasar así bastantes horas. Cuando suena ese timbre
sin sonido tan cerca de las cinco se me juntan en la puerta todos los besos
rezagados que acumulé toda la vida y que tengo que darte por si no te veo nunca
más. Resulta angustioso pensar en la cicatriz que me va a dejar tener que
extrañarte. Tal vez los relojes
rejuvenecen volviendo a las horas frenéticas; en una de esas vos me elevas
hasta algún plano donde los tiempos
vuelan más veloces que en esta realidad.
Como todo adicto que ve acabarse su preciada droga, esto me
pasa cuando estamos juntos y me sitúo en la hora que vivimos. Escribo todos los
días este texto sin papel para ver si logro aprender a dejarte. Solo sabiendo
hacerlo, puedo soñar con no tener que volverlo a intentar.