Los sentimientos se contraen y reprimen, desaparecen bajo un manto de duda del que está exento mi consiente. Un señuelo, hay algo oculto en cada sensación. Las miradas vacías se suceden, una atrás de otra. Las respuestas desembarcaron en Normandía valientes pero indefensas. Las barreras no logran traspasarse, y lo utópico se llama al mal tiempo buena cara.
Una pelota desinflada pica y muere en el lugar. Las manos solo transpiran en los bolsillos, camino de vuelta de otro día de trabajo igualito al de mañana y bastante parecido al de ayer. El teléfono suena sin sentido, las voces se escuchan tan lejos y desinteresadas. El aire está viciado de facetas tristes, de partículas que opacan la pobre visión. Una escala de grises refleja un ánimo que presagia tonos oscuros.
La soledad no es un problema, ni entonces fue la solución. Ella parece sospechar, parece descubrir en mi debilidad, los vestigios de una hoguera. Las certezas son difusas, los amores logran transgredir razones, inundan corazones difíciles de drenar. Aventuras nocturnas reparten besos de rostros siempre distintos y matinalmente olvidados. Los suspiros hace meses evacuaron la pasión para explicarse en lamentos. Las preguntas anidan y se hacen más profundas, disparan desde los refugios en lo altos de la costa.
El alma perdió las pilas, como el cronometro que hace rato abandonó su rápido caminar. Las horas son largas, las violetas azules. ¿Las rosas son rojas? ¿No había blancas también? Blancas y grises, como el transcurso de mi historia. Ya nada puede impedir en mi fragilidad, es el curso de las cosas. Los intentos por disimular se vuelven notorios, infantiles, inútiles, difíciles de creer. El desgaste se envuelve conmigo y caemos juntos a los abismos. Ya no sé si quiero estar solo. Mi corazón se vuelve delator.