Es curioso que la vida cuanto más vacía, más pesa.
Leon Didi
Hoy me dieron ganas de escribir algo emocionante. Alguna transcripción lacrimógena que haga de mi imagen algo respetado. Algo ambiciosa mi empresa, lo sé.
Ambiciosa porque estoy vacio. Nada. Levanto el brazo, inerte bolsa de carne y lo dejo caer, pesadamente. Nada. Un ruido seco y después silencio. No hay dolor, ni queja. No hay nada. Cuando me desperté, me amigué con la derrota, como todos los días. Me había acostado con la impotencia, más veces de lo que me gustaba. Me perseguían los éxitos personales y los fracasos de mi personalidad. La vuelta a casa fue fría, temprana. Auguraba una tarde dura y no se equivocaba. De fondo River descendió. Ahí vamos de nuevo, un Leo abierto a sensibilidades.
Quisiera haber podido salir a correr, alejarme mucho más de mi mismo y este ambiente, pero no puedo. Algo dentro mío sigue mucho más frio que el viento que golpea mi ventana. La sangre me llora por la cara, pero lo ignoro. De repente un fantasma de un tipo feliz pasa corriendo por al lado mío y me pone los pelos de punta, pero es como una reacción alérgica. Mis vellos se erizan, pero yo no me asusto. No hay miedo, ni queja. No hay nada.
Quiero poder mirar el sol sin que se me entrecierren los ojos, ni que se me torne negra la mirada. Me encantaría poder pronunciar algún día la palabra feliz, sin bañarme ni en temor ni en recelos. Sentirme otra vez de veinte años, enamorarme de la vida y de los abrazos. Esforzarme por dar, ayudar, seducir, sorprender. Pero eso es ambicioso. Porque hoy estoy vacio. No hay dolor, ni miedo. No hay amor. No hay nada.