Dedicado a mi amigo Carlitos Romero.
No me cabe duda que merecí a mis enemigos, pero no creo haber merecido a mis amigos.
Walt Whitman
Siempre fui un tipo nocturno. Tal vez tenga cierta importancia el hecho de haber nacido en medianoche, aunque es poco probable. Quizá ese dato no tenga tanta relevancia como decir que crecí durmiendo de día. Creo, finalmente, que ambos detalles son de poca utilidad con el creciente de la historia. Sin embargo, pasar las madrugadas en vela han dado frutos a este y otros tantos textos.
En las largas noches que he pasado buscando la forma de soñar sin sentir dolor he ido dilapidando días sobre mi cuerpo cansado. La búsqueda se volvía inútil y mi existencia misma, a quien la gravedad afectaba más que a cualquier persona, se veía tentada por el piso cada vez que asomaba un balcón o cualquier superficie que burle los estándares humanos. En esas mañanas tan frías aun en verano, descubrí que el horario me ponía de un buen humor macabro, forzado por alguien que no era yo. Y me vi en el espejo haciendo muecas incontrolables. Contorsionaba el rostro en forma paulatina y diabólica, como poseído por un payaso que nunca hizo reír a nadie. La situación me horrorizaba profundamente. Por eso mi cara se reía, explotaba mi sonrisa hasta hacer un gesto de felicidad tan irreal como perverso e inhumano.
En esos momentos de reflexión, estando sumido a los rigores de que alguien mueva los brazos por mí, analicé si muchos de los besos que había dado a estas horas fueron obra de otra persona. En la memoria descubrí que eran varias mujeres, muchas de ellas inmediatas y una estupidez innata se rió vanamente. Qué lejos estaban, y que entrañables los momentos que las sonrisas no eran más que el producto de las profundas charlas con Carlitos, el más demostrativo de mis amigos. Durante mucho tiempo, quizá sin saberlo, caminar con él por el patio era como que en cualquier cárcel se otorgaran diez minutos de libertad.
Pero ahí estaba yo, sumido en mis mujeres y los besos que dejé alguna vez. ¿Qué tanto de mi era yo mismo? ¿Realmente había amado o todo era parte de un cruel engaño producido por el sopor? Perdido en mi interior, me sentía tranquilo, como si nunca me hubiesen lastimado. Recordé ese último beso apasionado, donde sentí que dejaba el alma y me alejaba del suelo aferrándome a su cuerpo con lujuriosa obsesión. Y temí que el momento en que aquellos labios se encontraron no hubiese sido más que otra mueca inevitable. Otro producto inagotable del semillero de mi cansancio, que en estos momentos, duda acerca de si es él quien escribe o si realmente soy yo.