sábado, 20 de noviembre de 2010

Dolore

Cuando sus palabras me taladraron cual cruel sentencia, me pregunté si el destino me burlaba con ironía. Porque finalmente, el premio a mis merecimientos fue ganarme la soltería. Temeroso y sonriente, analicé como sería entonces mi castigo, mi triste agonía. Temblé cuando caí en la cuenta de que no tengo idea que tan amarga puede ser la vida.

Una vez que pude abrir los ojos y observé al fin a mis hermanos, me contuve de las lágrimas y de volverlos a cerrar. Son los primeros recuerdos de mi pobre memoria, el último en ser rescatado de aquella caja, ese horrible lugar. Una vez estuve entre sus brazos, apenas pude expresar mi gratitud en tibios ladridos. No les importa que yo fuera feo, porque no era algo lindo lo que venían a buscar. Querían algo fiel, guardián y fuerte, y era lo que yo les podía dar.

Ya en casa las cosas fueron felizmente transcurriendo. Yo era mimado y retribuía con creces ese afecto. Podía pasarme horas recibiendo caricias, jugando ininterrumpidamente hasta mis ojos de cansancio cerrar. Ellos me querían y yo los amaba. Mi mente juvenil no comprendía la existencia del mal. Juntos, dueño y mascota fuimos creciendo y midiéndonos la confianza como par. Pero, a medida que fui creciendo, las cosas comenzaron a dejar de cerrar. Es probable que haya cometido yerros, no lo voy a negar. Pero cuando yo crecía fui perdiendo el respeto, de a poco fueron desplazándome de mi lugar. Entonces, me fui poniendo viejo y me puse más celoso de los que se acercaban a mi hogar. Y les ladré, con fuerza y fui castigado, justo yo, que ironía, si me querían por guardián!

Finalmente una tarde, mi dueña y yo nos miramos y comprendí que mi estadía no se prolongaría mucho más. Fui desechable y al verme más gordo dudaron de mi fidelidad, si hasta de mi fortaleza se burlaron cuando me escucharon rasgar y llorar. Gané (porque perdí) la calle cierta noche y corrí a ciegas, no tuve tiempo de analizar cómo podía terminar. Y ya en el asfalto me hice de nuevo fuerte, pelee a pura dentellada por un pedazo de comida, le gruñí a cualquiera que me quisiese amedrentar. Pero cuando dormía soñaba sus caricias. Con el tiempo fue normal llorar al despertar.

Porque yo tenía todo, comida, fuerza y una jauría que me seguía. Pero algunos perros necesitamos a las personas solo por su compañía. Que me importa la comida!? Imploraba cariño, alguien que me rasque donde yo no pueda llegar.

Leandro Timossi. 20/11/2010